jueves, 1 de julio de 2010

11. Judas



Llamarse Scorsese era una maldición. No era su culpa venir de una familia italiana ligeramente emparentada con el director, pero parecía que la vida se ocupaba a cada segundo de recordárselo, como si fuera algo intencional que Marco había ideado para subir sus ínfulas de tipo importante. Y la verdad es que a Marco le rompía bastante las bolas.
Lo más cerca que había estado de una película en su vida había sido en el cine 3-D, cuando casi parecía que le podía tocar el tujes a la celeste heroína. Por lo demás, se dedicaba a regentear un bar de mala muerte en un lugar donde la gente no sale demasiado de noche.
Pese a todo, mal no le iba. Casi nunca había menos de 300 personas en su local y los viernes se llenaba hasta reventar. Si, también se reventaban entre los parroquianos, pero ese no era su problema. Por él, que se maten.
No es que Marco sea un idiota. Sencillamente estaba cansado. Cansado de acostarse a las 6 de la mañana, cansado de ver a los mismos borrachos de siempre, cansado de vivir solo en la covacha que alquilaba en Almagro. Cansado, bah. Y no era algo nuevo. Estaba cansado de vivir su vida (no LA vida, que quede claro) desde el mismísimo momento que Judas se hizo habitué de su bar.

La noche que lo vió por primera vez llovía torrencialmente. Afuera, las calles se anegaban poco a poco y convertían la barriada en una detestable Venecia. El bar, obviamente, estaba vacío. Era viernes.
Judas cayó alrededor de las dos de la mañana, cuando Marco estaba pensando seriamente en bajar las cortinas por esa noche y así, al menos, ahorrar algo de energía eléctrica y moral para el día siguiente. Ya le había dado la noche a sus dos camareras, quienes seguramente seguían esperando el colectivo a la vuelta, mojadas hasta donde no se ve y, admitámoslo, ridículamente sensuales por ello.
Marco se quedó mirando al tipo que entraba hecho una esponja por la puerta principal. Dejó un sombrero en el perchero (¿desde cuando había un perchero ahí?) y tiró su gabardina al piso con un “¡plop!” que Condorito hubiera envidiado. Luego, parsimoniosamente, se sentó en la mesa más alejada de la barra y encendió un cigarrillo con un fósforo.
Desde la barra, Marco no sabía si reírse, echarlo o invitarlo a la barra. Un cuarentón que llega caminando una noche como esa es seguramente un tipo solitario. Un pobre hombre que no tiene con quién ahogar sus penas. Un desgraciado. Pero, al mismo tiempo, el obstáculo entre él y una cama caliente una noche de frío. Dilemas, dilemas.
El extraño seguía en silencio en su mesa. Fumaba y miraba por la ventana mientras las cataratas del Niágara caían de forma continuada por el vidrio empañado. Con un dedo, comenzó a dibujar formas en el cristal. Una casita, un hombrecito, un perrito, un…

- Disculpe- Marco se había acercado al inesperado cliente- ¿qué es eso que dibujó ahí?
- Una casa- dijo, con tono de obviedad- ¿Tan acostumbrado está a los edificios?
- Si, je je- rió falsamente- eso lo reconozco. Yo me preguntaba por esto otro- y señaló la extraña figura del vidrio.
- ¡Ah! Haberlo dicho, hombre. Ya lo tomaba por pelotudo- Marco intentó reír, pero solo mostró una forzada mueca- Lo que ve ahí, señor mío, es un alma.

Este me está pelotudeando, pensó, y no sin motivos, Marco. Es que, vamos, ¿cuánta gente por día te muestra la imagen de un alma? Dos o tres, si tenés un tiempo compartido en el Borda, pero no más. Y de golpe y porrazo, este pelotudo (porque así lo veía ahora, como el pelotudo que no lo dejaba cerrar) viene y te dice que el garabato que dibujó con el dedo es lo que la ciencia, la teología y quién sabe cuantas ramas más del pensamiento intenta descubrir desde hace milenios.

- ¿Un alma me dice?
- Si, claro, un alma.
- ¿Usted tomó?
- Frío afuera- se mofó- por lo demás, no estaría nada mal que me trajera un vodka- Martini.
- Si, ya se lo traigo, pero antes sáqueme de esta duda. ¿Me está cargando?
- No tengo tiempo para esas cosas. Tráigame el Martini, tráigase algo usted, y si tiene ganas le cuento.

Marcó fue detrás de la barra y preparó el vodka- Martini mirándolo al tipo del fondo. No puede estar hablando en serio. Sencillamente, no puede, y yo no puedo gastar mi tiempo en escucharlo. Tengo que volver a casa, prepararme para mañana, ver si ya puso la marrana, algo, cualquier cosa menos estar encerrado en esta caja de concreto con ese raro ahí, dibujando almas en el vidrio. ¿Y si le pedía la forma de la conciencia? ¿O la dignidad? ¿Y si le pido que me diga cómo es la cara de Dios?
Como sea, volvió a acercarse a la mesa con la bebida del señor y una cerveza para él. Nunca fue un tipo de bebidas blancas.

- Antes que nada- dijo el extraño- me llamo Judas. Judas Marín.
- Marco Scorsese.
- ¿Cómo el dir…
- Sesese, al grano- interrumpió abochornado- primero, ¿de donde viene?
- Esa es una pregunta que no puedo responder.
- ¿el FBI se lo prohíbe?
- No- dijo con tristeza- porque no me acuerdo.

En ese punto, Marco tenía ganas de volarle la cabeza a Judas hasta el mismísimo infierno, pero se contuvo. Había algo en él que lo tenía hechizado.

- ¿Sufrió algún golpe?- preguntó con un tono apático Marco.
- No que yo recuerde. A ver. Antes de venir acá…- se quedó pensando unos instantes, pero hizo un chasquido con la lengua y dijo- no, nada. Mi memoria arranca desde que entré.
- ¿No sabe como llegó?, ¿dónde vive?
- Nada, blanco.
- Pero, sin embargo- la incredulidad resaltaba en el tono- sabe como es un alma.
- Si, esa es otra cosa rara. Las almas no son algo que se vean, ¿no? Sin embargo yo se que son así.
- ¿Y cómo lo sabe?
- ¿Cómo sabe usted que está lloviendo?- inquirió con una mueca Judas.
- Porque lo veo.
- Efectivamente.
- Me está insinuando que ve mi alma- afirmó, sin tono de pregunta.
- No se lo insinúo, se lo aseguro.
- ¿pero cómo sabe que es el alma y no, por decir algo, mi fe o mi ángel guardián?
- ¿Cómo sabe que lo que tiene entre los ojos es la nariz y no el páncreas?
- Porque lo sé.
- Efectivamente. Yo sé que lo que veo en su cuello es su alma. No su páncreas, y mucho menos su ángel de la guarda, que está sentado al lado suyo.

Marco miró en derredor con pánico, y Judas estalló en una risotada.

- Ahí si lo tomé para la joda, sepa disculparme. No, no veo ángeles de la guarda.
- Casi me mata de un infarto, hombre.
- Lo bueno- dijo con tono afable- es que algo me cree.
- No lo entiendo, no puedo afirmar ni negar nada.
- Entiendo, así debe ser.
- Lo que tampoco entiendo es qué me va a contar, si no se acuerda nada de lo que pasó antes de entrar acá.
- Ah- recordó, y se golpeó la frente con la palma- es que lo que le quería contar no es de antes, sino de lo que se viene.
- ¿Futurólogo también?
- No- dudó un segundo- digamos, negocios.
- ¿Qué negocios puede hacer alguien que ni siquiera sabe qué capital tiene?
- Tengo 30 pesos en la billetera y sé como usarlos- bromeó Judas, pero Marco ya no reía. Es más, tenía la sensación de que jamás volvería a reír.
- Al grano, Marín.
- Ahí voy, Scorsese- Judas ahogó una risita- Lo que le vengo a decir es que a partir del día de la fecha, su negocio va a ser una plantación de almas.
- ¿Una qué?
- Le explico, a mi me mandan de algún lado, de arriba o de abajo, no se muy bien, para que venga a lugares de mala muerte, con perdón del propietario, para tomar algunas almas y llevárselas a un tipo que a su vez se las va a llevar a alguno de los dos capos.
- ¿Y cómo sabe todo esto si no se acuerda nada?
- ¿Cómo sabe que mañana tiene que abrir el b…
- ¡LO SE PORQUE TENGO PUTA MEMORIA!- chilló Marco.
- Yo no, pero sé que lo tengo que hacer, y sé que no lo puede evitar.
- ¿Qué no puedo?- dijo tomándolo de las solapas de la camisa. Lo levantó, pero al instante sus piernas se debilitaron y sintió una fuerte punzada en las sienes.
- No, no puede. Estoy bendito, o maldito, no lo sé- dijo entre risas- Perdone que no le avisé esto antes. No pensé que nos íbamos a poner tan físicos en la primera cita.

Ahora definitivamente quería volarle la cabeza con un taco de pool, pero el solo hecho de pensar que podía volver a repetir la experiencia que tuvo cuando lo tocó le hizo erizar los pelitos del brazo, entre otros pelitos.

- Es simple, Marco. Yo vengo todas las noches, me siento en cualquier lado, me llevo las almas que necesito, y a otra cosa. Los pibes van a estar tan borrachos que ni se van a dar cuenta.
- ¿Se puede vivir sin alma?- preguntó Marco. Su furia estaba empezando a mutar en un brote de impotencia.
- Pero claro, hombre. El alma es como el apéndice. No sirve de nada.
- Pero lo que dice la biblia…
- Dice que te va a servir cuando te mueras. Y eso tal vez sea verdad, no estoy muy seguro.
- Pero, ¿Las almas tienen entidad?, ¿Van a vivir en otro lado?
- No lo se. Posiblemente.
- Esto me huele rarísimo.
- Se que no es normal- casi se disculpó- pero es lo que tengo que hacer.
- Y tampoco sabe adonde van.
- No, ni idea- dijo mientras se mojaba los labios con el vodka- Martini.
- Y tampoco tengo alternativa.
- Lamentablemente, no.
- Entonces no se habla más. No quiero volver a estar cerca de usted. Venga, llevese lo que necesite, pero no me dirija la palabra siquiera. Manéjese con las camareras.
- Es un trato. De todas formas, ya no lo necesito.
- ¿Perdón?- Marco casi se desmaya al oír esa frase. Temía lo que la continuaba.
- Su alma ya está tomada. Para tener un centro de recolección, primero hay que apoderarse de la del dueño.
- ¿Pero cómo… - las palabras se convertían en un sollozo inaudible.
- Ahí está- dijo, señalando el vidrio- así se sacan, copiándolas en vidrios.
- ¿Y la casa?, ¿Y LA PERSONA?- Marco sentía que se desmayaba.
- Ah, eso lo hice porque me pareció simpático- sonrió Judas.

Marco se abalanzó en un grito contra Judas, pero la descarga volvió a sentirse, esta vez mucho más fuerte. Lo siguiente que vio fue el techo de su habitación. Su cuerpo estaba empapado en sudor, o en agua, no estaba seguro. Eran las diez de la mañana.
Se acercó al espejo del baño y vio su cara. En la frente tenía un moretón que no recordaba haberse hecho y sus manos estaban agarrotadas, como si tuviera un severo caso de artritis prematura. Fue todo un sueño, pensó.
Como salió, volvió a la cama y durmió diez horas más.

Cuando despertó, se dio una ducha rápida y salió pronto al bar, donde en pocas horas iba a empezar la circulación del sábado. No gigante, pero si lo suficientemente grande como para estar ahí organizando todo.
Tomó un taxi hasta el bar y abrió la puerta con su llave. Lo primero que vio fue el perchero (el puto perchero, pensó, ¿de donde mierda salió?), pero no había nada en él. Se fue a la cocina, prendió los hornos para dejárselos calientes a los cocineros y organizó lo que había que organizar.

La noche comenzó a la una, aproximadamente. El bar se llenó y todo fue a pedir de boca. Marco casi se había olvidado del tipo del sueño, el tipo de las almas, el loco de mierda ese que apareció en su subconsciente para cagarle la vida. Que borrachera me pegué, pensaba. Pero en lo íntimo sabía que apenas había bebido.
Como siempre, el alcohol corrió como río, algunos idiotas se golpearon hasta sangrar y dos o tres chicas amenazaron con desnudarse sobre la barra. Lo de todos los días. Marco ya conocía de memoria el itinerario.

A las seis de la mañana se fue el último parroquiano. Los pisos estaban llenos de colillas y de los baños mejor no hablar. Había mucho trabajo por hacer. Pero primero, las mesas, por si alguien había dejado un celular, una cadenita o algún otro pequeño tesoro del cual podría adueñarse.

Limpió con esmero todas las mesas del local. Las del frente, las de afuera y las del fondo. Después barrió los pisos, ayudó a limpiar la cocina y le encargó a otro que se ocupara del baño. A las 8 ya tenía todo listo y se disponía a volver a su casa, a su cama, a su vida, intentando ignorar la veintena de garabatos que vio dibujados en el vidrio antes de que les pasara el limpiador.
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miércoles, 28 de abril de 2010

10. Vittorio



Tengo oídos. Escucho todo lo que la gente dice de mí. Lo bueno, lo malo… lo… excéntrico. Es que, no entiendo qué es tan sorprendente. Tuve suerte, tuve una familia y actualmente tengo un trabajo que me hace ganar dignamente todo el dinero que necesito. Si quiero, puedo tener un edificio para mí solo. Si quiero, puedo cagarme en la historia y vivir en un monumento histórico. Si quiero, puedo comprarme un fantasma.


O sea, ¿Cuál es el problema? Vittorio no sale del dormitorio cerrado. Le decimos así porque, efectivamente, es eso. Cuando lo compré, pensé que sería un buen lugar para él: Húmedo, oscuro, tétrico y con un olor a desesperanza (cuando huelan la desesperanza sabrán de qué les hablo) que combina de perlas con mi fantasma.
Si, sé que decir “mi fantasma” tal vez sea incorrecto. Pero, ¿la gente no dice “mi hijo”? Los hijos, señora, también tienen su individualidad intrínseca. Así que no me rompa las pelotas. Será libre, pero yo lo compre.

Fue hace diez años. Estaba en Génova, porque tenía ganas, y recorriendo una feria, me encontré al Signori Al Hazum. No miento. Padre árabe, madre italiana. Como sea. Al Hazum vendía cosas sobrenaturales; ya saben, Ouijas, Necronomicones, biblias satanistas, tiempos compartidos, y bueno, fantasmas. A mí siempre me gustaron esas estupideces, así que ni lo dude. Además, sólo me costó ocho dólares.

El “fantasma” era sencillamente un trozo de tela, de no más de un palmo de grande. El color era verde oscuro, y olía a… bueno, desesperanza. Bordado a él una humilde etiqueta rezaba en azul Bic “Vittorio”. Luego me enteré que esa era la marca de la tela, pero honestamente me pareció un gran nombre para un fantasma. El verdadero nunca pude saberlo. A menos que se llame Va Fangulo. Es lo único que dice, una y otra y otra vez. Si compraba un loro iba a ser más productivo. Pero, hey, ¿dónde venden loros a ocho dólares?

Cuando llegué a casa hice los rituales que el tano Al Hazum me dijo para liberar al fantasma de la tela y, efectivamente, salió. Me hizo acordar a un viejo verdulero de mi barrio: Panzón, bajito, y con olor a… ya saben.

El problema con Vittorio es que nunca me asustó. Yo tenía la imagen fantasmal que me vendió el cine. Algo deforme, baboso, que no me deje dormir y que rompa todo el mobiliario como esos okupas ectoplásmicos de Polstergeist. Pero no. Apenas llegó, preguntó donde estaba su habitación de mala manera. Se la señale, me puteó y seguidamente, se encerró. Nunca sale. Cada tanto se lo escucha tocando un acordeón de quién sabe qué siglo y es ahí cuando realmente me doy cuenta que está. Alguna vez pensé que era infeliz, y es posible que eso sea, pero ¿cómo hago feliz a un fantasma?

La realidad es que lo compré porque mi casa, antigua y llena de historias, no tenía ningún fantasma, ¿cómo puede ser? Buenos Aires está embrujada en un noventa por ciento, ¿por qué mi edificio no? Es como en los noventas. No tengo acá, me lo traigo de afuera. Pero el “deme dos” en este caso no va. Dos fantasmas ya es otro asunto.

Cada tanto golpeo su puerta y le digo que me haga compañía. Que veamos la televisión o algo. Domino el italiano, así que podríamos charlar. Pero el se niega rotundamente. No se que hay en ese cuarto que lo tiene tan apresado… hasta ayer.

Golpeé su puerta y, en lugar de silencio o de su rutinario va fangulo, Vittorio me abrió. No salió completamente, sino que asomó su cabeza por la puerta semi- abierta. Se lo veía igual que hace diez años: gordito, transparente, espectral… ya saben, todo un fantasma hecho y derecho. Sus ojos me miraban desde debajo de unas pobladas cejas blanquecinas (o verdecinas, no sabría explicarlo) como si estuviera viendo… bueno, un fantasma. Con todo mi ánimo lo invité a que conversemos mientras jugábamos a las cartas, pero él, rumiando algo que no entendi, negó con la cabeza e intentó cerrar la puerta.
- Vittorio- le dije, comprensivo- salga un rato, ¿no se aburre ahí adentro?
- Don, no quiero importunarlo- me dijo en un español que me sorprendió- pero estoy bien en mi cuarto. Es cerrado, fresco… casi como la tumba que no tuve.
- Entiendo que sienta un apego especial- le dije- pero me gustaría que me haga compañía. La casa es muy grande para mí. Estoy solo, como sabrá, y el tiempo corre muy lento.
- Lo se- susurró desde adentro- pero ahí afuera no estoy cómodo.
- Vamos- respondí incrédulo- ¡pero si acá tiene de todo! Luz, oscuridad, tecnología, cosas clásicas. Incluso tengo murales de artistas italianos que a usted le gustarían mucho.
- Si, si- lo escuché, como en un lamento- Tiene todo lo que el dinero puede comprar y más. Pero es que ahí afuera hay un terrible olor a desesperanza que no me deja respirar.
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