jueves, 1 de julio de 2010

11. Judas



Llamarse Scorsese era una maldición. No era su culpa venir de una familia italiana ligeramente emparentada con el director, pero parecía que la vida se ocupaba a cada segundo de recordárselo, como si fuera algo intencional que Marco había ideado para subir sus ínfulas de tipo importante. Y la verdad es que a Marco le rompía bastante las bolas.
Lo más cerca que había estado de una película en su vida había sido en el cine 3-D, cuando casi parecía que le podía tocar el tujes a la celeste heroína. Por lo demás, se dedicaba a regentear un bar de mala muerte en un lugar donde la gente no sale demasiado de noche.
Pese a todo, mal no le iba. Casi nunca había menos de 300 personas en su local y los viernes se llenaba hasta reventar. Si, también se reventaban entre los parroquianos, pero ese no era su problema. Por él, que se maten.
No es que Marco sea un idiota. Sencillamente estaba cansado. Cansado de acostarse a las 6 de la mañana, cansado de ver a los mismos borrachos de siempre, cansado de vivir solo en la covacha que alquilaba en Almagro. Cansado, bah. Y no era algo nuevo. Estaba cansado de vivir su vida (no LA vida, que quede claro) desde el mismísimo momento que Judas se hizo habitué de su bar.

La noche que lo vió por primera vez llovía torrencialmente. Afuera, las calles se anegaban poco a poco y convertían la barriada en una detestable Venecia. El bar, obviamente, estaba vacío. Era viernes.
Judas cayó alrededor de las dos de la mañana, cuando Marco estaba pensando seriamente en bajar las cortinas por esa noche y así, al menos, ahorrar algo de energía eléctrica y moral para el día siguiente. Ya le había dado la noche a sus dos camareras, quienes seguramente seguían esperando el colectivo a la vuelta, mojadas hasta donde no se ve y, admitámoslo, ridículamente sensuales por ello.
Marco se quedó mirando al tipo que entraba hecho una esponja por la puerta principal. Dejó un sombrero en el perchero (¿desde cuando había un perchero ahí?) y tiró su gabardina al piso con un “¡plop!” que Condorito hubiera envidiado. Luego, parsimoniosamente, se sentó en la mesa más alejada de la barra y encendió un cigarrillo con un fósforo.
Desde la barra, Marco no sabía si reírse, echarlo o invitarlo a la barra. Un cuarentón que llega caminando una noche como esa es seguramente un tipo solitario. Un pobre hombre que no tiene con quién ahogar sus penas. Un desgraciado. Pero, al mismo tiempo, el obstáculo entre él y una cama caliente una noche de frío. Dilemas, dilemas.
El extraño seguía en silencio en su mesa. Fumaba y miraba por la ventana mientras las cataratas del Niágara caían de forma continuada por el vidrio empañado. Con un dedo, comenzó a dibujar formas en el cristal. Una casita, un hombrecito, un perrito, un…

- Disculpe- Marco se había acercado al inesperado cliente- ¿qué es eso que dibujó ahí?
- Una casa- dijo, con tono de obviedad- ¿Tan acostumbrado está a los edificios?
- Si, je je- rió falsamente- eso lo reconozco. Yo me preguntaba por esto otro- y señaló la extraña figura del vidrio.
- ¡Ah! Haberlo dicho, hombre. Ya lo tomaba por pelotudo- Marco intentó reír, pero solo mostró una forzada mueca- Lo que ve ahí, señor mío, es un alma.

Este me está pelotudeando, pensó, y no sin motivos, Marco. Es que, vamos, ¿cuánta gente por día te muestra la imagen de un alma? Dos o tres, si tenés un tiempo compartido en el Borda, pero no más. Y de golpe y porrazo, este pelotudo (porque así lo veía ahora, como el pelotudo que no lo dejaba cerrar) viene y te dice que el garabato que dibujó con el dedo es lo que la ciencia, la teología y quién sabe cuantas ramas más del pensamiento intenta descubrir desde hace milenios.

- ¿Un alma me dice?
- Si, claro, un alma.
- ¿Usted tomó?
- Frío afuera- se mofó- por lo demás, no estaría nada mal que me trajera un vodka- Martini.
- Si, ya se lo traigo, pero antes sáqueme de esta duda. ¿Me está cargando?
- No tengo tiempo para esas cosas. Tráigame el Martini, tráigase algo usted, y si tiene ganas le cuento.

Marcó fue detrás de la barra y preparó el vodka- Martini mirándolo al tipo del fondo. No puede estar hablando en serio. Sencillamente, no puede, y yo no puedo gastar mi tiempo en escucharlo. Tengo que volver a casa, prepararme para mañana, ver si ya puso la marrana, algo, cualquier cosa menos estar encerrado en esta caja de concreto con ese raro ahí, dibujando almas en el vidrio. ¿Y si le pedía la forma de la conciencia? ¿O la dignidad? ¿Y si le pido que me diga cómo es la cara de Dios?
Como sea, volvió a acercarse a la mesa con la bebida del señor y una cerveza para él. Nunca fue un tipo de bebidas blancas.

- Antes que nada- dijo el extraño- me llamo Judas. Judas Marín.
- Marco Scorsese.
- ¿Cómo el dir…
- Sesese, al grano- interrumpió abochornado- primero, ¿de donde viene?
- Esa es una pregunta que no puedo responder.
- ¿el FBI se lo prohíbe?
- No- dijo con tristeza- porque no me acuerdo.

En ese punto, Marco tenía ganas de volarle la cabeza a Judas hasta el mismísimo infierno, pero se contuvo. Había algo en él que lo tenía hechizado.

- ¿Sufrió algún golpe?- preguntó con un tono apático Marco.
- No que yo recuerde. A ver. Antes de venir acá…- se quedó pensando unos instantes, pero hizo un chasquido con la lengua y dijo- no, nada. Mi memoria arranca desde que entré.
- ¿No sabe como llegó?, ¿dónde vive?
- Nada, blanco.
- Pero, sin embargo- la incredulidad resaltaba en el tono- sabe como es un alma.
- Si, esa es otra cosa rara. Las almas no son algo que se vean, ¿no? Sin embargo yo se que son así.
- ¿Y cómo lo sabe?
- ¿Cómo sabe usted que está lloviendo?- inquirió con una mueca Judas.
- Porque lo veo.
- Efectivamente.
- Me está insinuando que ve mi alma- afirmó, sin tono de pregunta.
- No se lo insinúo, se lo aseguro.
- ¿pero cómo sabe que es el alma y no, por decir algo, mi fe o mi ángel guardián?
- ¿Cómo sabe que lo que tiene entre los ojos es la nariz y no el páncreas?
- Porque lo sé.
- Efectivamente. Yo sé que lo que veo en su cuello es su alma. No su páncreas, y mucho menos su ángel de la guarda, que está sentado al lado suyo.

Marco miró en derredor con pánico, y Judas estalló en una risotada.

- Ahí si lo tomé para la joda, sepa disculparme. No, no veo ángeles de la guarda.
- Casi me mata de un infarto, hombre.
- Lo bueno- dijo con tono afable- es que algo me cree.
- No lo entiendo, no puedo afirmar ni negar nada.
- Entiendo, así debe ser.
- Lo que tampoco entiendo es qué me va a contar, si no se acuerda nada de lo que pasó antes de entrar acá.
- Ah- recordó, y se golpeó la frente con la palma- es que lo que le quería contar no es de antes, sino de lo que se viene.
- ¿Futurólogo también?
- No- dudó un segundo- digamos, negocios.
- ¿Qué negocios puede hacer alguien que ni siquiera sabe qué capital tiene?
- Tengo 30 pesos en la billetera y sé como usarlos- bromeó Judas, pero Marco ya no reía. Es más, tenía la sensación de que jamás volvería a reír.
- Al grano, Marín.
- Ahí voy, Scorsese- Judas ahogó una risita- Lo que le vengo a decir es que a partir del día de la fecha, su negocio va a ser una plantación de almas.
- ¿Una qué?
- Le explico, a mi me mandan de algún lado, de arriba o de abajo, no se muy bien, para que venga a lugares de mala muerte, con perdón del propietario, para tomar algunas almas y llevárselas a un tipo que a su vez se las va a llevar a alguno de los dos capos.
- ¿Y cómo sabe todo esto si no se acuerda nada?
- ¿Cómo sabe que mañana tiene que abrir el b…
- ¡LO SE PORQUE TENGO PUTA MEMORIA!- chilló Marco.
- Yo no, pero sé que lo tengo que hacer, y sé que no lo puede evitar.
- ¿Qué no puedo?- dijo tomándolo de las solapas de la camisa. Lo levantó, pero al instante sus piernas se debilitaron y sintió una fuerte punzada en las sienes.
- No, no puede. Estoy bendito, o maldito, no lo sé- dijo entre risas- Perdone que no le avisé esto antes. No pensé que nos íbamos a poner tan físicos en la primera cita.

Ahora definitivamente quería volarle la cabeza con un taco de pool, pero el solo hecho de pensar que podía volver a repetir la experiencia que tuvo cuando lo tocó le hizo erizar los pelitos del brazo, entre otros pelitos.

- Es simple, Marco. Yo vengo todas las noches, me siento en cualquier lado, me llevo las almas que necesito, y a otra cosa. Los pibes van a estar tan borrachos que ni se van a dar cuenta.
- ¿Se puede vivir sin alma?- preguntó Marco. Su furia estaba empezando a mutar en un brote de impotencia.
- Pero claro, hombre. El alma es como el apéndice. No sirve de nada.
- Pero lo que dice la biblia…
- Dice que te va a servir cuando te mueras. Y eso tal vez sea verdad, no estoy muy seguro.
- Pero, ¿Las almas tienen entidad?, ¿Van a vivir en otro lado?
- No lo se. Posiblemente.
- Esto me huele rarísimo.
- Se que no es normal- casi se disculpó- pero es lo que tengo que hacer.
- Y tampoco sabe adonde van.
- No, ni idea- dijo mientras se mojaba los labios con el vodka- Martini.
- Y tampoco tengo alternativa.
- Lamentablemente, no.
- Entonces no se habla más. No quiero volver a estar cerca de usted. Venga, llevese lo que necesite, pero no me dirija la palabra siquiera. Manéjese con las camareras.
- Es un trato. De todas formas, ya no lo necesito.
- ¿Perdón?- Marco casi se desmaya al oír esa frase. Temía lo que la continuaba.
- Su alma ya está tomada. Para tener un centro de recolección, primero hay que apoderarse de la del dueño.
- ¿Pero cómo… - las palabras se convertían en un sollozo inaudible.
- Ahí está- dijo, señalando el vidrio- así se sacan, copiándolas en vidrios.
- ¿Y la casa?, ¿Y LA PERSONA?- Marco sentía que se desmayaba.
- Ah, eso lo hice porque me pareció simpático- sonrió Judas.

Marco se abalanzó en un grito contra Judas, pero la descarga volvió a sentirse, esta vez mucho más fuerte. Lo siguiente que vio fue el techo de su habitación. Su cuerpo estaba empapado en sudor, o en agua, no estaba seguro. Eran las diez de la mañana.
Se acercó al espejo del baño y vio su cara. En la frente tenía un moretón que no recordaba haberse hecho y sus manos estaban agarrotadas, como si tuviera un severo caso de artritis prematura. Fue todo un sueño, pensó.
Como salió, volvió a la cama y durmió diez horas más.

Cuando despertó, se dio una ducha rápida y salió pronto al bar, donde en pocas horas iba a empezar la circulación del sábado. No gigante, pero si lo suficientemente grande como para estar ahí organizando todo.
Tomó un taxi hasta el bar y abrió la puerta con su llave. Lo primero que vio fue el perchero (el puto perchero, pensó, ¿de donde mierda salió?), pero no había nada en él. Se fue a la cocina, prendió los hornos para dejárselos calientes a los cocineros y organizó lo que había que organizar.

La noche comenzó a la una, aproximadamente. El bar se llenó y todo fue a pedir de boca. Marco casi se había olvidado del tipo del sueño, el tipo de las almas, el loco de mierda ese que apareció en su subconsciente para cagarle la vida. Que borrachera me pegué, pensaba. Pero en lo íntimo sabía que apenas había bebido.
Como siempre, el alcohol corrió como río, algunos idiotas se golpearon hasta sangrar y dos o tres chicas amenazaron con desnudarse sobre la barra. Lo de todos los días. Marco ya conocía de memoria el itinerario.

A las seis de la mañana se fue el último parroquiano. Los pisos estaban llenos de colillas y de los baños mejor no hablar. Había mucho trabajo por hacer. Pero primero, las mesas, por si alguien había dejado un celular, una cadenita o algún otro pequeño tesoro del cual podría adueñarse.

Limpió con esmero todas las mesas del local. Las del frente, las de afuera y las del fondo. Después barrió los pisos, ayudó a limpiar la cocina y le encargó a otro que se ocupara del baño. A las 8 ya tenía todo listo y se disponía a volver a su casa, a su cama, a su vida, intentando ignorar la veintena de garabatos que vio dibujados en el vidrio antes de que les pasara el limpiador.
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miércoles, 28 de abril de 2010

10. Vittorio



Tengo oídos. Escucho todo lo que la gente dice de mí. Lo bueno, lo malo… lo… excéntrico. Es que, no entiendo qué es tan sorprendente. Tuve suerte, tuve una familia y actualmente tengo un trabajo que me hace ganar dignamente todo el dinero que necesito. Si quiero, puedo tener un edificio para mí solo. Si quiero, puedo cagarme en la historia y vivir en un monumento histórico. Si quiero, puedo comprarme un fantasma.


O sea, ¿Cuál es el problema? Vittorio no sale del dormitorio cerrado. Le decimos así porque, efectivamente, es eso. Cuando lo compré, pensé que sería un buen lugar para él: Húmedo, oscuro, tétrico y con un olor a desesperanza (cuando huelan la desesperanza sabrán de qué les hablo) que combina de perlas con mi fantasma.
Si, sé que decir “mi fantasma” tal vez sea incorrecto. Pero, ¿la gente no dice “mi hijo”? Los hijos, señora, también tienen su individualidad intrínseca. Así que no me rompa las pelotas. Será libre, pero yo lo compre.

Fue hace diez años. Estaba en Génova, porque tenía ganas, y recorriendo una feria, me encontré al Signori Al Hazum. No miento. Padre árabe, madre italiana. Como sea. Al Hazum vendía cosas sobrenaturales; ya saben, Ouijas, Necronomicones, biblias satanistas, tiempos compartidos, y bueno, fantasmas. A mí siempre me gustaron esas estupideces, así que ni lo dude. Además, sólo me costó ocho dólares.

El “fantasma” era sencillamente un trozo de tela, de no más de un palmo de grande. El color era verde oscuro, y olía a… bueno, desesperanza. Bordado a él una humilde etiqueta rezaba en azul Bic “Vittorio”. Luego me enteré que esa era la marca de la tela, pero honestamente me pareció un gran nombre para un fantasma. El verdadero nunca pude saberlo. A menos que se llame Va Fangulo. Es lo único que dice, una y otra y otra vez. Si compraba un loro iba a ser más productivo. Pero, hey, ¿dónde venden loros a ocho dólares?

Cuando llegué a casa hice los rituales que el tano Al Hazum me dijo para liberar al fantasma de la tela y, efectivamente, salió. Me hizo acordar a un viejo verdulero de mi barrio: Panzón, bajito, y con olor a… ya saben.

El problema con Vittorio es que nunca me asustó. Yo tenía la imagen fantasmal que me vendió el cine. Algo deforme, baboso, que no me deje dormir y que rompa todo el mobiliario como esos okupas ectoplásmicos de Polstergeist. Pero no. Apenas llegó, preguntó donde estaba su habitación de mala manera. Se la señale, me puteó y seguidamente, se encerró. Nunca sale. Cada tanto se lo escucha tocando un acordeón de quién sabe qué siglo y es ahí cuando realmente me doy cuenta que está. Alguna vez pensé que era infeliz, y es posible que eso sea, pero ¿cómo hago feliz a un fantasma?

La realidad es que lo compré porque mi casa, antigua y llena de historias, no tenía ningún fantasma, ¿cómo puede ser? Buenos Aires está embrujada en un noventa por ciento, ¿por qué mi edificio no? Es como en los noventas. No tengo acá, me lo traigo de afuera. Pero el “deme dos” en este caso no va. Dos fantasmas ya es otro asunto.

Cada tanto golpeo su puerta y le digo que me haga compañía. Que veamos la televisión o algo. Domino el italiano, así que podríamos charlar. Pero el se niega rotundamente. No se que hay en ese cuarto que lo tiene tan apresado… hasta ayer.

Golpeé su puerta y, en lugar de silencio o de su rutinario va fangulo, Vittorio me abrió. No salió completamente, sino que asomó su cabeza por la puerta semi- abierta. Se lo veía igual que hace diez años: gordito, transparente, espectral… ya saben, todo un fantasma hecho y derecho. Sus ojos me miraban desde debajo de unas pobladas cejas blanquecinas (o verdecinas, no sabría explicarlo) como si estuviera viendo… bueno, un fantasma. Con todo mi ánimo lo invité a que conversemos mientras jugábamos a las cartas, pero él, rumiando algo que no entendi, negó con la cabeza e intentó cerrar la puerta.
- Vittorio- le dije, comprensivo- salga un rato, ¿no se aburre ahí adentro?
- Don, no quiero importunarlo- me dijo en un español que me sorprendió- pero estoy bien en mi cuarto. Es cerrado, fresco… casi como la tumba que no tuve.
- Entiendo que sienta un apego especial- le dije- pero me gustaría que me haga compañía. La casa es muy grande para mí. Estoy solo, como sabrá, y el tiempo corre muy lento.
- Lo se- susurró desde adentro- pero ahí afuera no estoy cómodo.
- Vamos- respondí incrédulo- ¡pero si acá tiene de todo! Luz, oscuridad, tecnología, cosas clásicas. Incluso tengo murales de artistas italianos que a usted le gustarían mucho.
- Si, si- lo escuché, como en un lamento- Tiene todo lo que el dinero puede comprar y más. Pero es que ahí afuera hay un terrible olor a desesperanza que no me deja respirar.
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miércoles, 9 de diciembre de 2009

9. Arde TroSHa



Las viejas leyendas nórdicas tenían una visión muy particular sobre el paraíso del guerrero: En el, los muertos vivían sus peleas una y otra y otra vez ad infinitum. La paz, para ellos, era pelear. Luego vino la imagen cristiana del cielo, y todo cambió. Pero, ¿Y si los vikingos tienen razón? La pregunta es retórica, porque la respuesta es simple. Si, la tienen. Y para eso están los portales.

No se sabe bien con qué frecuencia se abren, y tampoco se puede predecir dónde van a aparecer. La última aparición de un portal del que tenemos registro fue este año, en Buenos Aires.

La calle Florida estaba casi desierta. Era sábado, y el movimiento clásico del microcentro estaba en stand by hasta el lunes. Las pocas personas que caminaban por ahí eran o turistas, o artistas callejeros, o algún que otro porteño que va a visitar por placer algo que debe ver diariamente por obligación. A esos también se les dice pelotudos, pero ese es otro tema.

La tarde era hermosa, el sol brillaba en lo alto y un tenue viento hacía que el calor no agobiara. De pronto, el sol comenzó a brillar más y más, hasta convertirse todo en un gran reflejo blanco. La señal estaba dada. Buenos Aires iba a ser un campo de batalla.

Cientos de almas de antiguos guerreros ingresaron en los cuerpos de los pobres paseantes que, poseídos, comenzaron a gritar y a pedir por la cabeza de Héctor y por el regreso de Helena a las manos de Menelao. Agamenón, en el cuerpo de un chico de 16 años, había roto una vidriera y bebía vino de la botella robada.

Los gritos del otro lado no se hicieron esperar. Habían ocupado el Kavanagh y desde allí provocaban a Aquiles (un bailarín de tango) y a Ajax (un heladero de Freddo) para que intenten derribar sus muros protegidos por los dioses. En ese momento, Paris, en el cuerpo de Rodrigo Noya, estaba llorando por su mamá.

El primer acoso Aqueo-porteño fue en la Plaza San Martín, donde armaron las catapultas para intentar derribar al primer rascacielos del país, ahora convertido en New Troy. Un habitante del edificio, el señor Martínez de Hoz, se salvó por poco de la catapulta, pero fue violado reiteradas veces por Eneas, quién había tomado el cuerpo del actor porno Rocco Sigfredi, de visita en el país.

Los troyanos devolvieron el ataque con un combate cuerpo a cuerpo. Heleno, quién poseyó a Joaquín Morales Solá, otro habitante del edificio, les había predicho que nadie iba a morir. De ese combate solo volvió Héctor. Heleno se golpeó la frente y dijo “es verdad, vos solo zafabas, que colgado, ¿no?”

Héctor, caliente como pava, fue a la base Aquea para enfrentar a Aquiles en un mano a mano que podría terminar la guerra.
Luego de sus pedidos, Aquiles salió con su mejor armadura a enfrentarlo. No duró un round.
Chocho, Héctor le quitó el casco, como trofeo de guerra y, oh, el horror, no era Aquiles quien yacía embrochetado ahí, sino Patroclo, el joven amante del héroe. “Uh, le maté al chongo, este me achura”, pensó Héctor.

Y así fue, minutos después lo tenía a Aquiles en la puerta del 6to C. “Héctor, o salís o te prendo fuego el rancho”. Asustado, el troyano miró a su hermano Heleno que, con cara de “vos fumá”, le dijo “vos no te vas a morir hoy, salí y hacelo percha”.
La pelea duró dos horas, pero Aquiles logró vencer al héroe Troyano. Y no felíz con eso, paró un trencito de la alegría que pasaba por la zona, ató el cuerpo al último de sus vagones y lo arrastró desde Retiro hasta Monserrat.
En su habitación, Heleno se golpeó la frente y dijo en voz alta “hoy no iba a morir... ahogado”.

La guerra parecía llegar a su final, pero la fortaleza del Kavanagh permanecía impenetrable. Príamo (Chochó Santoro) miraba desde la terraza con lágrimas en los ojos, y pensaba “con lo caros que están los ladrillos...”

A la mañana siguiente, en la puerta de la Troya porteña, los ciudadanos del fuerte descubrieron una sorpresa. Al parecer, todos los habitantes del edificio habían pedido empanadas a la Tercera Docena. Inocentes, los hambrientos ciudadanos los dejaron pasar. Esa fue su perdición. Los Aqueos, disfrazados de deliverys en rollers, masacraron a todos sus habitantes y fueron en rescate de Helena, en la piel de la prima de Adabel Guerrero. Paris seguía llorando, oculto bajo las mantas de su cama, al grito de “¡acá no hay nadie!”
“Nadie- pensó Aquiles- Pse, claro”. Sigilosamente, el hermoso Aquiles (N del E: en algún momento tenía que escribir en Homérico) se acercó hasta la habitación donde Paris se escondía. En ese momento, Paris salió corriendo y, en su furia, tropezó con una mesa de luz, y el velador atravesó la pierna del héroe Aqueo, lo cual lo llevó a una muerte ridícula.

Ese fue el fin de la guerra, y fue el momento en el que se cerró el portal. Como por arte de magia, todo lo que había sido destruído, todas las bajas civiles de la guerra y todo el vino que habían bebido volvieron a la normalidad. La gente se levantaba de la calle, pensando qué había pasado, pero nada más. Lo único que no volvió a ser el mismo es el ex ministro de economía de facto, quién ahora se hace llamar Perla y toma té con leche en La Biela.
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miércoles, 25 de noviembre de 2009

8. Los hacedores



Hay una leyenda que dice que en cada ciudad del mundo hay un grupo de personas a las que se los llama “hacedores de lluvia”. Dicen que se mantienen en secreto, que viven como cualquier otro solo que, cuando tiene que llover, ellos lo provocan. Si, parece que lo del ciclo del agua es una fantasía.
El método de los hacedores es simple. Solo se deben juntar en un punto cualquiera de la ciudad en la que se desea que llueva y, una vez ahí, abren sus paraguas. Como por arte de magia, el paraguas de los “hacedores” llama, como un imán, a las aguas del firmamento. Si se quiere una llovizna, con un solo “hacedor” alcanza. Si lo que se quiere es una tormenta de dimensiones apocalípticas, se los llama a los diez representantes de la ciudad para abrir su paraguas.
El primer grupo de “hacedores” de los cuales se sabe algo en nuestro país data de 1810. Ellos fueron pagados por la corona española para que el 25 de mayo de ese año lloviera torrencialmente y así boicotear lo que se estaba germinando en el Cabildo. Por suerte, el temple de nuestros héroes fue más grande y lo soportaron. Historiadores pagados por el grupo de “hacedores” aseguran que en 1810 no existían los paraguas, y algunos más adictos dicen que ni siquiera llovió. Todo una excusa para seguir manteniendo en secreto la existencia de los “hacedores” y de sus poderes.

Para todos, los “hacedores de lluvias” no son más que una leyenda que data de quién sabe cuando, y que es otra patraña para hacer dormir a los chicos. Yo les digo que no. Y lo sé, porque yo conocí a una “hacedora”.

Estaba caminando por Junín, desde Córdoba hasta Corrientes. No sé por qué tomé ese camino, si siempre voy por Callao. Creo que simplemente quería caminar un poco. El cielo estaba despejado y había un viento agradable, que permitía que todos vistamos sencillamente una remera de manga corta o una musculosa. De repente, en un semáforo, vi a unas seis personas esperando para cruzar. Todas ellas tenían un paraguas cerrado en la mano. No voy a decir que no me pareció raro, pero que se yo, Buenos Aires da para todo. Cuando el semáforo se pone en verde, esta gente, en lugar de cruzar la calle, abre su paraguas al mismo tiempo, como si fuera una coreografía estudiada durante meses. Automáticamente, un chaparrón empezó a caer sobre nuestras cabezas. Intenté correr, pero la gente a mi alrededor no me dejaba pasar. Por un segundo pensé que iba a empaparme sin más remedio, cuando escuché que desde debajo de un paraguas me chistaban. Giré, y vi a una preciosa mujer. Era alta, morocha, de ojos marrones y un cuerpo imposible de describir con palabras. Corrí hacia ella, preguntándole que necesitaba, y me dijo que me refugié bajo su paraguas. Obviamente, no tuve objeción alguna.

Una hora después estabamos tomando un café en un bar de la zona. Se sentó delante de mí y comenzamos lo que sería una charla rutinaria de dos personas que no se conocen. Le dije mi nombre, mi oficio, mis hobbies y todas esas idioteces, y ella parecía escucharme con atención. Después fue su turno, y también me hizo una lista de las cosas que más disfrutaba hacer. Cuando pasaron casi dos horas, un bipper que ella tenía colgado (no sabía que aún existían) comenzó a sonar, y la chica del paraguas (Maite, si quieren saber el nombre) se excusó y salió corriendo. Pensé que había pasado algo, así que la seguí, pero en la puerta, me frenó y me dijo que estaba todo bien, que en tres días nos viéramos en el mismo lugar. Me pareció razonable. Unos minutos después que ella, me fui yo. Y unos segundos antes de entrar al subte, la lluvia volvió a aparecer.

Pasaron tres días en los que seguí mi rutina diaria. Levantarme, desayunar, ir al trabajo, volver. Así de simple era mi vida. Octubre pasaba calmo y ni rastros quedaban de la tormenta de la otra vez. Por suerte. No quería que la lluvia arruinara mi cita.

Cuando al fin llegó el día más esperado para mí, a pocas cuadras del lugar donde habíamos quedado en vernos, una sutil llovizna comenzó a abrillantar el asfalto. La llovizna derivó rápidamente en un chaparrón y, para cuando llegué al bar, empapado, ya era todo un temporal. Pocos minutos después que yo, llegó Maite, con su paraguas en la mano.
- Que previsora- le dije- hoy no parecía que fuera a llover.
- Puede ser, pero no me gusta mojarme el pelo- dijo entre risas.

Mientras charlábamos, una sutil llovizna empañaba los vidrios del bar. Yo atiné a decir que éramos como dos peces, porque nunca nos habíamos conocido secos, y a ella pareció causarle gracia. Empezamos a llevarnos cada vez mejor. Hasta el puto bipper. Otra vez se fue, sin explicaciones. Para cuando yo me fui, la tormenta era tres veces más grande.

La realidad era que en esas dos salidas la había pasado genial, pero había algo en Maite que no me gustaba. Siempre se iba temprano. Siempre me dejaba con la palabra en la boca. La verdad es que no lo entendía. Ahí fue cuando se lo conté a Germán, mi mejor amigo.

- ¿Y siempre que se va, se larga a llover?- me preguntó con una cara irreconocible en él: Estaba interesado por algo.
- ¿Que carajo importa, boludo? El tema es que la mina me dejo de plante dos veces. Encima en las dos primeras salidas.
- Pero decís que se va, y llueve.
- Si- Suspire- Justo se dio que en las dos veces...
- Justo no.
- ¿Qué?
- Que justo nada. Es una “hacedora”...
- No me hizo nada, desgraciadamente, así que...
- Hace lluvia.
- Me volviste a interrumpir.
- Estabas hablando boludeces.
- Para- le dije agarrándolo de los hombros- ¿Vos decís que yo digo boludeces?, ¿Te escuchás vos? Ahora resulta que Maite “hace” lluvia.
- No la hace- explicó- la provoca.
- ¿Cómo los indios?
- Como los indios.
- Estás loco.
- Estás ciego.

Ahí fue cuando Germán, terco, me mostró varios artículos de Internet donde se citaban a los “hacedores”, sus ritos, sus tradiciones y demás. Por un lado, me pareció demente pensar que la lluvia se hacía por “magia”. Por el otro, era la excusa ideal que tenía para perdonar a Maite. Después de todo, era por el bien mayor.

No sabía como encontrarla. Intenté frecuentando el bar, buscando “Maites” que vivieran en la zona, pero nada. Semanas más tarde, y como última esperanza, empece a leer el servicio meteorológico. Decían que una fuertísima tormenta se acercaba, así que yo fui a la esquina de siempre y, si Germán tenía razón, la iba a ver.

Estuve sentado varias horas leyendo un viejo libro de Agatha Christie cuando vi que se acercaba a mi. Se sentó a mi lado sin decir palabra y esperó, supongo, a que yo le hablara. No me gusta defraudar a las mujeres, así que lo hice.

- Hey, Maite, que bueno verte por acá.
- ¿Qué haces acá?- me dijo con un tono sombrío.
- Nada, pasaba.
- ¿Pasabas, sentado, leyendo?
- Bueno, te espera...
- Como- acentuó mucho la primera O- sabías que iba a venir por acá.
- Nada, casualidad.
- ¿Seguro?
- Una teoría tonta de un amig...
- ¿Qué te dijo tu amigo?
- Que loco, a los dos les gusta interrumpir igual.
- No te hagas el idiota, y decime que te dijo.
- Nada, una paparruchada sobre gente que hace llo..
- SSSSSSSSSSHHHHHHHHHHHH- me tapó la boca con su mano- tu amigo es un idiota.
- Ya lo se- respondí.
- Él no puede andar divulgando esa información.
- ¿Divulgando?, la sacó de wikipedia...
- ¿Eh?
- Si, está en Internet. Los tratan como fábula, claro está.
- ¿Y vos creíste en la fabula?
- Era la última esperanza que tenía de volver a verte. Creer una ridiculez que, al parecer, tan ridícula no era.

Maite no dijo nada. Simplemente se acercó y me besó. Lentamente, comenzaban a caer unas pocas gotas del cielo. Y, por supuesto, no pasó nada hasta que el bipper le sonó. Le dije que vaya, que ahora entendía. Ella parecía feliz.

Salí con Maite durante más de un año. No fue nada fácil, deben saberlo. Nuestra intimidad dependía del tiempo. Nuestras salidas, del tiempo. Absolutamente todo giraba alrededor de si ella debía hacer llover o no. Le dije que lo dejara, que se buscaran a otro “hacedor”, pero ella amaba su profesión, la había heredado de muchísimas generaciones atrás y que representaba un honor para ella y para sus futuros hijos. Si es que la lluvia le dejaba hacer uno.

Tengo que admitir que el que cortó la relación fui yo. De verdad. No toleraba más esta patraña de estar pendiente de una puta nube para salir con mi novia. Ella, en principio, pareció entenderme. Hasta que, andá a saber por quién, se enteró que yo le estaba siendo infiel con una chica que conocí en el gimnasio. Me llamó al celular y me dijo que era un verdadero hijo de puta. Le di la razón, ¿Qué más iba a hacer?

Hoy pasaron casi cinco años desde que terminó mi relación con Maite. Y, desde ese día, no puedo salir con ninguna mujer. Es extraño, pero cada vez que concreto una cita, el cielo se pone gris y hasta se puede escuchar a Noé arriando a sus animales hacia el arca.
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martes, 17 de noviembre de 2009

7. Que sea punk


Anarkorrido fue una banda punk rock formada en Gerli en 1975, casi al mismo tiempo que los Sex Pistols, pero con la diferencia que a estos no hubo ningún productorsucho que les dijo como tenían que actuar. Era punk hecho con sangre. La formación inicial de la banda contaba con Ricardo “bondiola” Latterra en voz y guitarra, Leonardo “fisura” Azcuénaga en bajo y Manuel “tienda” León en batería. La banda duró ocho años, pero en ese tiempo jamás pudieron grabar un disco en serio y, lo más llamativo: nunca pudieron tocar en vivo.

Pese a eso, el boca en boca funcionó de tal manera para ellos que en todos sus conciertos (que se suspendían indefectiblemente minutos antes de salir a escena) los fanáticos pudieran comprar remeras y libros con las letras de las canciones. Nadie sabía como sonaban, pero la poesía de la banda movilizaba a la juventud que en esos momentos vivía bajo el terror de la AAA y que pronto se sumiría en una peor pesadilla. “Nafta super en la bandera” debía ser la más identificada con el grupo. Su estribillo decía:

Nafta super en la bandera
que flamee y que flambee.
Nafta super en la escarapela,
no la toques porque pela.


En la espera de la banda, que nunca salía a escena por diferentes motivos, la gente coreaba esta canción, pero nadie lo hacía de la misma forma. “Nafta super” era, para algunos, una canción acelerada. Para otros, una balada. Incluso hay un testimonio de un hombre que asegura haberla oído cantar con el ritmo de “Garota de Ipanema”.

Desde 1976 hasta 1983 el trío no pudo presentarse en ningún lugar debido a lo controversial de sus letras. Por eso, para apaciguar a los fanáticos, decidieron entrar a un estudio y grabar diez discos para que se presten. Por un error de edición, los discos terminaron siendo de Paloma San Basilio y Anarkorrido denunció al estudio, quienes a su vez denunciaron a la banda por subversivos y terminaron detenidos por casi 20 días.

Cuando llegó 1983, Anarkorrido decidió separarse, cosa que consternó a los fans quienes nunca pudieron escucharlos. Pero los integrantes de la banda ya raspaban la treintena, dos de ellos (Leonardo y Manuel) tenían hijos y Ricardo volvió a estudiar derecho, para recibirse de abogado en el 86.

23 años después, en abril de 2009, un tal Alberto Bermúdez (antropólogo de 50 años) armó un grupo en la red social Facebook, en el que pedía una reunión de Anarkorrido para que, de una vez por todas, se pudiera ver a la banda. En tan solo dos semanas el grupo logró reunir 98 miembros. Prácticamente el doble de gente que los iba a ver y que “leía” sus canciones.

Esta información llegó a “fisura”, actualmente dueño de una agencia de remises bastante próspera en Banfield, a través de Kevin, su hijo de 20 años. Los llamados a los otros dos miembros de Anarkorrido no se hicieron esperar. Latterra se cagó de risa, y Manuel casi se pone a llorar de la emoción. En los tres se había hecho carne el pedido de casi cien personas que jamás había escuchado ni una estrofa de ellos y, sin embargo, pedían que vuelvan aunque sea para tocar una vez.
Una semana después de la “reunión” telefónica, la banda volvió a juntarse, pero en forma de civiles, en el bar de Tomás, en Gerli, donde solían parar cuando todavía no peinaban canas. Ahí supieron que Latterra era un abogado de un prestigio respetable y que había representado a una que otra vedettonga en algún escandalo televisivo, y que León se había puesto un bar-karaoke en San Telmo. Caña va, caña viene, los tres cincuentones quedaron en juntarse a tocar el siguiente sábado, en el garage de León, donde siempre practicaban para sus no-conciertos.

Fueron dos semanas de aceitar las tuercas. “Bondiola” no tocaba desde que había dejado la banda y los demás solo despuntaban el vicio muy cada tanto. Pero era punk, y el punk no se toca, se siente. El último día de ensayo entonaron “Nafta super en la bandera” y cuando terminó sabían que tenían que tocar. El lugar elegido fue obvio: El karaoke de Manuel.

El hijo de León publicó en Facebook que en tres días la banda iba a dar un show gratuito en el mencionado bar, y que iban a tocar absolutamente todas las canciones que habían editado en papel. La cantidad no descollaba, pero convertía la tocada en un show de 15 temas. Nada mal.

Tres días después, el bar se encontraba repleto. Era chico, pero ahí no había menos de 130 personas. Un gran número de gente eran ejecutivos, médicos, contadores, abogados y demás que superaban los cincuenta años. Los demás eran chicos de menos de veinte, con crestas y cadenas. Muchos de esos chicos eran los hijos de los otros viejos que, en algún momento, fueron punks.

El trío estaba detrás del escenario, espiando a la gente. Estaban nerviosos como si fuera la primera vez. De hecho, esta podría ser la primera vez. Y no querían desperdiciar la oportunidad.

Salieron a escena, cada uno se ubicó en su lugar y tomaron sus instrumentos. En eso Latterra se acerca a la batería y le susurra a Manuel “Che...¿vos sabés lo que estamos haciendo”
- Historia Ricardito- contestó León- Historia... ¡UN, DÓ, TRÉ, VA!.
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martes, 10 de noviembre de 2009

6. Silencios



El bar estaba en silencio. Bueno, en silencio no. No había voces que se confundieran en el aire, pero si decenas de tazas y vasos que se chocaban contra la mesa, la cafetera con su inmenso ruido, los “pssttt” de las botellas al destaparse. El ecosistema del bar, en otras palabras.

Pero las personas no se hablaban. Cada uno miraba su mesa, o leía el diario, o sencillamente le clavaba la vista a la persona que tenía sentada enfrente: Sea novia, novio, padre, madre o tutor, no importaba. Solo sabían que no debían hablarse. O no querían hablarse. O anda a saber.

Afuera la cosa no cambiaba. Todos iban caminando como si fueran únicos en el mundo. Incluso las parejas que iban tomadas de la mano parecían no darse cuenta que el amor de su vida (o su “lo que sea”) estaba a su lado. Los autos iban con las ventanas cerradas, la gente en las motos usaba casco solamente para no tener que participar en la sociedad. Incluso el piquete en 9 de julio parecía un montón de individuos formados por un tercero, como si fuera un ejercito de ajedrez prolijo y bien acomodado.

Esto venía pasando hacía varios días. La moda del silencio se había impuesto en las mayores capitales del mundo. El contacto se restringía porque, decían, condicionaba a las personas a actuar de cierta manera con relación a la otra. Entonces pensaron que sin contacto oral, sin charlas de café, sin ningún tipo de comunicación, la gente comenzaría a mostrar verdaderamente como es.

Pero las señas no estaban restringidas.

Este punto indignó a un sociólogo que, interesado en el proyecto, subió a internet un texto en el cual decía que se debía comenzar a saquear negocios, porque esa era la única manera de subsistir por el momento. La compra era una interacción, y las interacciones, parece, no nos gustan.

Semanas más adelante, otro sociólogo redobló la apuesta. El aseguraba que las relaciones sexuales, los besos, las manos tomadas e incluso el contacto visual debía ser anulado. A partir de ahí, muchos novios dejaron de tocarse por moda.

Un científico japonés, en contra de este fenómeno, aseguró que respirar era interactuar con la naturaleza, y que si se quería un ser humano puro, debería dejar de hacerlo. Nadie murió, pero muchos intentaron dejar de respirar, pero al ver que no podían, decidieron que la respiración podía ser permitida, siempre y cuando no se esté respirando muy cerca de otro, if you know what i mean.


En medio del silencio del bar, entró Jerónimo. Mirándolo todo, se sentó junto a una ventana y esperó que lo atiendan. La gente a su alrededor lo miraba como bicho raro. Era obvio que tenía que ir a buscar lo que necesitara y dejar el dinero en el cajero (lo de los saqueos tampoco sirvió a la moda, pero eso es otra historia)
Jerónimo levatanba la mano, ofendiendo a todos los demás en su afán de comunicación.
Pasaban los minutos, y la impaciencia del joven se revelo en lo que más temian todos: Un chiflido seguido del grito “¡¡¡MÓZZZ!!!”

Minutos después, todos estaban doblados de risa en el suelo. Los novios se besaban, los amigos brindaban, los familiares contaban como habían sido sus días de silencio.

El bar se transformó en el lugar más pasado de moda de la ciudad. Pero a toda hora estaba lleno de gente cansada del silencio.
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5. FM 66.6



Lucifer- ¡Buenas noches a todos ustedes, radioescuchas condenados. Sean bienvenidos a una nueva emisión de Aaaaalllll diablo con la radio!, Mi nombre varía, dependiendo desde donde escuchen, pero para que todos queden contentos pueden llamarme Lucifer, Mefistófeles, Satanás o, simplemente, diablillo de mi vida (FX: Mujer sexy) Si señorita, porque desde este programa, pese a los prejuicios que puedan tener los bobos, fomentamos el amor... ¡El amor libre! (FX: Fiesta) Agradezco de corazón al señor Caronte que hoy está en los controles del programa. Caronte va a estar acompañándome durante la próxima hora, así que, por favor, intenten no morirse. (FX: risas)

Pero estamos divagando ya. Que raro de nosotros. Y no queremos pecar de perezosos, así que vamos a empezar con el programa y con su verdadera finalidad, que es la de ayudarlos a todos ustedes a tener una vida mejor a través de un pequeñísimo pacto. Si señores, atrás quedaron los tiempos en que nos tenían que consagrar en una misa negra para que los escuchemos. Ahora solamente deben marcar *666 para comunicarse con nosotros y así, de palabra, hacer un acuerdo que los hará felices hasta el día que mueran... y que a mí me hará feliz a partir de ese día. (FX: risas) Y ya tenemos a nuestro primer oyente, ¿verdad? Esssstas en 66.6, Al diablo con la radio, ¿cómo que alma condenada estoy hablando?

Oyente 1-Ehmmm... ¿Hola?, ¿Diablo?

Lucifer- Así es, estás hablando con la mismísima Bestia, ¿Cómo te llamás?

Oyente 1- Si, estemm, Mauricio.

Lucifer- ¿De donde sos, Mauricio?

Mauricio- Bernal, soy de Bernal.

Lucifer- Que bueno, viviendo en Bernal, ya la vida te preparó para este momento. Cuando mueras vas a tener una vida Avernal (FX: risas)

Mauricio- Si, eh... jeje... si. Mmm. Jeje.

Lucifer- Bueno Mauricio, basta de chachara, ¿Por qué querés deshacerte de la salvación eterna para pasar al suplicio de tu alma hasta el fin de los tiempos?

Mauricio- Es porque quiero dejar de vivir con mamá. Tengo 42 años, y todavía no pude independizarme. Trabajo todos los días, pero no llego a ganar lo suficiente. Me gustaría tener mi casa, una novia (que mamá no me ahuyente) y nada, vivir solo.

Lucifer- Muy bien, yo puedo concederte esto, pero antes tenés que decir “Mi alma es del Principe de las Tinieblas”

Mauricio- M.... Mi alma es (FX: pedo, seguido de risas)

Lucifer- Era una joda Mauricio, tu alma ya es mía, y tu sueño ya es realidad.

Mauricio- Si, pero... como (se escucha una caída de fondo en la casa de Mauricio) ¿Mamá?...

Lucifer- Así es, Mauricio, tu mamá esta muerta. Ahora podés vivir solo y tranquilo si que nadie te moleste, y podés llevar a todas las mujeres que quieras para cometer el pecado de la lujuria repetidas veces.

Mauricio- Pero mataste a mamá... ¡Asesino!

Lucifer- Ya sabés lo que dicen, querido. Tené cuidado con lo que deseas...

Mauricio- Pero... Pero... ¿Puedo pedir un tema?

Lucifer- No.

Mauricio- Ehm... bueno... esta bien... gracias, supongo...

Lucifer- ¡De nada Mauricio! Te veo en veinte dias

Mauricio- ¿Pero que... (se corta)

Lucifer- Ah, que bien que se siente ayudar al prójimo. Al final, La Biblia no estaba tan equivocada como creía (FX: risas). Pero no perdamos tiempo, que todavía nos quedan algunos casos para resolver, ¿Me pasas la llamada, Caronte?

Oyente 2- ¿Estoy en el aire?

Lucifer- No, estás en el infierno

Oyente 2- Ah... yo quería hablar con el Diablo

Lucifer- Con él está hablando señorita, ¿Cómo se llama?

Oyente 2- Raquel

Lucifer- Muy bien Raquel, ¿Qué nos anda pasando?

Raquel- Tengo 60 años y me estoy por jubilar, y tengo miedo por mi bienestar a futuro. Me gustaría tener plata. Mucha plata para poder vivir tranquila sin trabajar y si es posible, para dejarle algo a mis nietos...

Lucifer- No se diga más, acá apreciamos mucho a la gente trabajadora que, apenas crece un poco, se caen del sistema. Te entendemos muy bien, así que por favor, mirá hacia atrás.

Raquel- A ver... (grita) ¡MUCHAS GRACIAS, ESTO ES MUCHÍSIMA PLATA! Gracias Lucifer, te debo la vida

Lucifer- Con tu alma me conformo.

Raquel- ¡Es tuya!, ¡Es tuya!, gracias, gracias, gra... (corta)

Lucifer- No hay de qué Raquel, no hay de qué... Acá Lilith, la productora, me pasa una noticia de último momento que dice que desaparecieron quince millones de pesos del Banco Central. Lo bueno, dice el cable, es que todos los billetes estaban marcados y que apenas se gaste, podrían dar con el culpable. Bueno, me alegro que se pueda hacer justicia. Y con esta noticia nos despedimos hasta otra vez, cuando ustedes, oyentes, vengan a entregarme su alma a cambio de una vida plena y llena de satisfacciones. Espero que estén del otro lado cuando lo vuelva a invitar a mandar al diablo a la radio. Muchas gracias, pórtense bien, y si se portan mal... Lo sabré (risas tétricas- cierre)
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sábado, 24 de octubre de 2009

4. Veinte cuadras


Estaba empapado. La lluvia no dejaba de caer, como si el mundo fuera una seguidilla de enormes fuentes ornamentadas con figuras de distintas ciudades. A él le había tocado la de Buenos Aires. Esperaba parado, en la esquina de Esmeralda y Santa Fe, con un desordenado maletín como paraguas, que el bendito colectivo apareciera por la esquina, tomarlo y llegar a su casa lo más pronto posible. A sus espaldas, el general San Martín lo miraba estoico, con ojos vacíos, desde su caballo rodeado de honores y glorias. Claro- pensó- si yo fuera de bronce también me pararía debajo de la lluvia para hacerme el héroe.
Quería fumar, pero no había cigarrillo que aguantara tal catarata. Pensó meterse en un bar, pero recordó que fumar en los bares estaba tan prohibido como meterse en uno hecho un saco de té, empapado, arrugado y con olor a podrido.
Se maldijo mil veces porque sabía que iba a llover. Antes de salir de su casa, Cintia le advirtió que llevara un piloto, un paraguas, algo, lo que sea, para evitar la gripe. Pero justo en ese día, Damián se sintió todopoderoso, y desafió la voluntad de Dios, de la ciencia meteorológica y de Fernando Confesore. La fe, la ciencia y los medios, todo mandado al diablo por la soberbia de una sola persona. Y el castigo por tal ofensa no se hizo esperar. No había caminado ni las 6 cuadras que separan su departamento de la avenida donde toma el colectivo que el primer trueno se hizo notar. Tal fue su explosión, que muchas alarmas de autos inocentemente estacionados se accionaron por las intensas vibraciones de su sonido. Pero la lluvia no apareció hasta que él estuvo en su oficina. Desde el 15º piso de la torre, las nubes parecían terribles compañeras. Emanaban luces amenazantes y un permanente olor a humedad invadió todo el ambiente.
Su horario terminaba a las 19. A las 18:57 se escuchó el impacto de la primera gota contra el asfalto caliente. La segunda y la tercera antecedieron a las demas. Incontables cuchillos helados de agua caían desde el cielo, los truenos musicalizaban su danza y los relámpagos iluminaban lúgubremente a una Buenos Aires oscura de repente, tenebrosa, misteriosa.
Sería una ofensa a la moral y a las buenas costumbres repetir lo que Damián dijo al salir de su oficina. Tiene que caminar 3 cuadras hasta la parada del colectivo, ahí, en Santa Fe y Esmeralda, y luego, una larga espera bajo un alero que cubre menos de lo que parece.
No sabía cuanto tiempo había esperado, pero parecía que todo iba a finalizar. A lo lejos, entre una espesa bruma, apareció un gigante verde, con un 17 tatuado en la frente. Sin más, se sacudió un poco el agua más pesada de la cabeza, intentó, sin éxito, quedar presentable y estiró su mando derecha para detener al colectivo.
Desde su omnipotente asiento en las alturas, el chofer le hizo un gesto negativo con su mano, y siguió, empapándolo aún más con la inmensa pileta que se había formado a fuerza de baches y calles con cordones profundos.
Sería una ofensa a la moral y a las buenas costumbres repetir lo que Damián dijo sobre la esposa del chofer.
Harto, esperó unos minutos más, hasta que perdido por perdido, decidió hacer las 20 cuadras que dividen su casa de su trabajo a pie.
Caminó resignado, mirando de reojo, mientras pudo, al invencible Don José de San Martín, Indemne bajo el torrencial aguacero. Lo envidió, pero luego recordó que le temía a los caballos, así que tampoco le pareció el panorama perfecto.
Manos en los bolsillos, cara de pocos amigos y paso apurado. Esa era la postal. Sabía que cuando viera el cementerio de la recoleta, solo quedarían 3 cuadras. No es tanto, intentó consolarse, mojado ya estoy.
Describir su recorrido sería redundante. Agua, charcos, zapatos arruinados, pantalón embarrado… Un panorama normal, común y corriente.
Lo que sí vale decir, es que llegando a su casa, a unas 5 cuadras (lo calculó así porque ya veía, aunque lejos, el paredón del cementerio que da a Junín y Quintana), se detuvo a ver un “último momento” en una televisión encendida en un maxi kiosco. En él pudo ver a un meteorólogo que, impecable, comentaba lo terrible y poco común de esta tormenta. Es algo que no se ve habitualmente en Buenos Aires- afirmaba desde su cálido asiento- podríamos decir que es un gran padecimiento para quienes tienen que volver a sus casas, aunque seguro todos salieron preparados. Ayer se los anunciamos.
Damián solo lo miró. Notó en la voz del meteorólogo cierto dejo de cinismo. Como si disfrutara el hecho de pensar que él lo había advertido, y que todos quienes se estuvieran mojando habían desobedecido la divina Ley del Presentador del Clima. Se alejó del kiosco con la molesta (todo le molestaba) voz del meteorólogo, que anunciaba mejoras en el tiempo a la brevedad. Damián no lo escuchó. En su cabeza solo sonaba el repicar de las gotas y la imagen de él sentado en su sillón, seco y con una taza de café caliente en una mano y Cien Años de Soledad recién comenzado en la otra. Al menos en Macondo no llueve mucho, ¿no?, pensó.
Llegó a la puerta de su edificio, revolvió el bollo de papeles mojados que era su maletín y encontró las llaves bajo un pequeño paraguas negro que, sin duda, Cintia le había dejado antes de salir.

- Mi amor, te empapaste- dijo con angustia Cintia cuando lo vió entrar
- Si, el paraguas no abrió, pero muchas gracias por escabullírmelo entre mis cosas sin avisarme, sos un amor.

Sería una ofensa a la moral y a las buenas costumbres reproducir lo que Damián pensó sobre su suegra.
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miércoles, 21 de octubre de 2009

3. Sing a song (Sophie's Choice)


El concierto se estaba anunciando desde hacía mucho tiempo. Televisión, radio, internet... Todas las noticias giraban en torno a lo que iba a pasar esa noche: La presentación de la próxima estrella pop del país. No había surgido de ningún reality, ni buscó su fama vía escándalos. Ella simplemente había sido “descubierta” por Boss Rodríguez, el representante más trascendente del medio. Y que Boss deposite tanta confianza en alguien, decía, solo podía significar que era un éxito asegurado.
La estrategia de prensa fue clara. Ninguna foto, ningún nombre. Solamente la palabra de Boss que, aseguraba, todo iba a cambiar después de escuchar la voz de la chica que había encontrado, de casualidad, cantando en un pequeño bar.
El teatro estaba lleno, y la reventa de entradas había llegado a precios escandalosos. En la puerta, los comerciantes vendían remeras sin caras, sin nombres, con la fecha de la función sobre la inscripción “yo vi como cambió la música”. Pretensioso, pero creativo.

Sofía estaba sentada en su camarín, mirando en el espejo el reflejo de sus ojos oscuros. ¿Ella quería esto?, ¿Estaba segura de lo que iba a hacer? Todo había pasado demasiado rápido, desde que Boss la “descubrió” hasta “el día que cambiará la música”. Tenía 21 años. Hacía solo tres que tocaba la guitarra y apenas uno (o menos, no recordaba) que había empezado a presentarse en bares, pubs y cafés. La música para ella era el nuevo descubrimiento. Sentía que recién estaba entrando a un imperio del cual no querría salir jamás, pero antes, quería aprender a manejar perfectamente la llave de la puerta, para que nadie piense que era una improvisada, o peor, que era quién era solo por tener una linda cara y un buen cuerpo. En otras palabras, quería hacerse de abajo y crecer, pero mientras, quería disfrutar el aprendizaje y el camino que tenía por delante.
- ¿Vos crees que va a salir?- preguntó Nidia entre el bullicio del público
- Claro que si, dijo que se iba a presentar acá- Respondió Angel, como remarcando algo obvio.
- No estaría tan segura.
- Nunca nos cagó.
- No nos estaría cagando, no sé si ella quería esto.
- Ella siempre quiso esto, es su sueño, y no lo va a tirar por la borda- Dijo, pero en realidad, no estaba tan seguro.

Todo comenzó cuando Sofía se presentaba en vivo por quinta o sexta vez. El concierto era en un pequeño centro cultural, donde se estaba desarrollando un festival de folk independiente. En él, más de veinte músicos presentaron sus canciones y vendieron sus homemade discos a quienes quisieran comprarlos. Sería cruel decir que había más artista que público, pero no sería del todo incorrecto.
Sofía fue la sexta en tocar. Eran casi las seis de la tarde, y tenía media hora de escenario. Suficiente, pensó.
Su metro cincuenta y cinco de estatura parecía una enormidad cuando estaba en escena. Subía despacio, descalza, como le había enseñado su instructor de yoga, se paraba frente al micrófono, se corría el pelo de la cara (más por cábala que por molestia) y tomaba su guitarra del suelo. Lo demás, era magia. Su voz suave llenaba el aire. Era como si el público estuviera envuelto en una esas bolsas protectoras llenas de globitos. En sus ojos se notaba el encantamiento al que ella los llevaba. En sus ojos se veía cuantos de ellos podían enamorarse instantáneamente de ella. Pero en un par de todos esos ojos, solo se dibujó el signo del dólar.
Boss había sido invitado por el organizador del evento que, casualmente, era su hermano. Eran muy similares, pero muy distintos a la vez. A Boss solo le interesaba el dinero, mientras que su hermano era un inquieto artista en permanente búsqueda de nuevos talentos.
Al finalizar el espectáculo, Boss fue a hablar con él sobre Sofía.
- La quiero- Dijo, sin mediar saludo.
- Yo también la quiero, señorita- le dijo a Boss, y lo abrazó entre risas.
- Sos puto, pero sos mi hermano, degenerado
- Y si no lo fuera tampoco te vería.
- Me das asco.
- ¿Para eso viniste?, ¿Para echarme en cara por centésima vez lo macho que sos vos y lo gay que soy yo?- preguntó- te aviso que ya me di cuenta que soy homosex....
- Si, si, rainbow power, no más closet, ya... entendí el mensaje desde el principio.
- No se nota.
- Te dije que lo entendí, no que estaba encantado con eso. Y no, no vine a hablar de tu culo roto. La chica, la morochita.
- ¿Sofía?
- Que se yo, ¿Es morochita?
- Si...
- La quiero para mi firma.
- ¿Desde cuando tu firma saca artistas folk?
Boss casi se atraganta de la carcajada.
- No va a hacer esa música aburrida conmigo, obviamente. Quiero que explote otra faceta artística.
- Querés que sea otra de tus putas, bah.
- Si querés decirlo así...
- Mirá, yo no tengo nada que ver con ella, y creo que ni manager tiene, así que andá y hablale, está en el bar, seguramente. Ahora, escuchame una cosa- Lo agarró de la camisa- ella es una artista. No la hundas como a las demás, ¿si?
- No es mi culpa que a las mujeres les agarre celulitis, querido.
Dicho esto, se alejó con una sonora risotada.
Sofía estaba sentada en una mesa. Tomaba agua de una botellita mientras miraba por una pequeña pantalla las otras actuaciones. Boss se acercó a ella y, con una mano torpe, arrastró una silla al lado de su mesa.
- ¿Cigarrillo?- ofreció Boss
- No, gracias, no fumo.
- Muy bien, cuidando la garganta- Dijo a la vez que escupía una gran bocanada de humo- Vos sos Sofía, ¿No?
- Si- respondió, tímida- ¿Y usted es?
Boss se tragó el orgullo y, en lugar de tratarla de ignorante por no conocerlo, se presentó.
- Soy Boss Rodríguez- le dio una tarjeta- ¿Te suena mi nombre?
Por segunda vez, Boss se sintió ninguneado.
- Soy representante de artistas- dijo, juntando paciencia de donde no la tenía- y me gustó lo que hiciste hoy.
- Muchas gracias.
- Las gracias te las tengo que dar a vos, porque ahora tengo una artista nueva que va a revolucionar el mercado.
- ¿La tiene?- preguntó Sofía, algo apabullada por el diálogo.
- Claro tonta- le acarició una mejilla- vos.
- Pero no firmé nada con usted.
- Porque no me conocés todavía- Boss le dio una tarjeta que había sacado de un lujoso tarjetero de plata- vení mañana a mi oficina y hablamos.
Sofía se quedó mirando la inmensa espalda del gorila que se estaba yendo. Luego giró la tarjeta en sus dedos y se la guardó en el bolsillo.

La oficina de Boss era un piso en un edificio de extremo lujo en Puerto Madero. Sofía entró acurrucada, intimidada por el entorno y por los ojos que no se despegaban de sus sandalias de cuero compradas en Plaza Francia ni de su dreadlock, que le llegaba casi a la cintura.
Subió tres pisos y golpeó una puerta de vidrio. La atendió Alma, la secretaria de Boss.
- Sentate- la invitó Alma.
- Gracias- Respondió Sofía- ¿Sabe cuando me va a poder atender el señor Rodríguez?
- Boss, para vosssss- dijo el representante, saliendo apresuradamente de la oficina. Vestía-o Sofía creía- la misma ropa que el día anterior. Una areola de sudor impregnaba las axilas de la camisa y una ración considerable de ketchup pintaba de carmesí los labios y parte de los bigotes de uno de los hombres más poderosos del país- Pasa a mi oficina y hablamos, Silvia.
- Sofía- corrigió.
- Si, perdón, Sofía.

La oficina de Boss era un cuarto enorme, lleno de discos de oro, de platino y otros premios de sus artistas. También había gigantografías con fotos de cantantes que manejaba y fotos de él junto a, por ejemplo, Britney Spears, Madonna o Justin Timberlake.
Boss hizo sentar a Sofía frente a un enorme escritorio de nogal, y Boss se sentó al otro lado.
- Mirá Sofía, vos tenés potencial, tenés voz y tenés un cuerpo hermoso. Me parece que estás tomando tu carrera por el lado equivocado. La canción es lo tuyo, pero no este tipo de canción. ¿Te gusta el pop?- Sofía iba a hablar, pero no le dejó respoder- Claro que si, a todas las chicas les gusta. Mirá. Lo que yo te ofrezco en este contrato es fama y fortuna, más de cien fechas por año y al menos tres discos y cinco tapas en la revista que más quieras. Es una oferta que no podrías rechazar.
- Señor Rodríguez...
- Boss.
- Ejem- Se aclaró la voz- Boss... El género que hago me gusta, y me encantaría seguir haciéndolo. Puedo firmar un contrato con usted, eso no me genera problemas, pero no me veo cantando y bailando a la vez.
- ¡Pero serías una estrella!
- ¿Puedo pensarlo un par de días?
- Mirá, el viernes que viene es tu lanzamiento, así que muchos días no tenés.
- ¡Pero falta menos de una semana!- Gritó histerica Sofía- ¿Qué voy a cantar?
- Esto.
Boss le tendió un bloc de hojas donde había unas trece letras de canciones. Sofía las ojeó, y notó que en dos de cada tres letras había una referencia sexual.
- ¿Quién escribió estas canciones?- preguntó Sofía.
- Mi colaborador, Jess Montana.
- ¿Se llama así?
- No, se llama Miguel Aletto, pero con ese nombre de mierda no iba a llegar a ningún lado. Y hablando de nombres, a partir de hoy vos te vas a llamar Sophie Love.
- No me convence.
- No me interesa. Eso vende.
- Sigue sin convencerme.
Boss se levantó de su silla y caminó hasta Sofía. Apoyó sus manotas en los hombros delicados de ella y le dijo.
- Imaginate un teatro lleno, cinco mil o seis mil personas gritando tu nombre. Imagina que sepan las canciones que cantas. Imagina poder vivir de esto. Vas a ser rica, poderosa, las discográficas van a matarse por vos.
- Poder vivir de la música es tentador.
- No te voy a insistir. Si te interesa, volvé mañana para los ensayos del show.

- Ya está tardando mucho, no va a venir, vamos.
- No, me voy a quedar. Sé que va a venir, va a hacer el show. Lo sé.

La habitación era grande, y rodeada de espejos. Ahí estaba Sofía, practicando una coreografía sensual junto a otras cuatro bailarinas. “Sé mi chico” era la canción.
Sofía no lo hacía nada mal para ser su primera vez. Era provocativa, sensual, y podía cantar bien pese a los saltos del baile. Boss estaba sentado, mirándola y pensando en qué iba a comprarse con las regalías que le iba a dejar Sophie Love.

Durante el día siguiente, Sofía se dedicó a ensayar las canciones, sin baile. “Soltera”, “Sé mi chico”, “Calor” y “Heat” (Versión en inglés de “Calor”) eran algunos de los títulos. A decir verdad, cada vez estaba menos segura de querer hacer esto. Pero pensar en vivir de la música y ganar el dinero para, en el futuro, poder hacer lo que quisiera, la animaba.
Estuvo encerrada en el estudio de Boss prácticamente hasta el día de la actuación. Pero Boss “fue bueno” y dejó que se vaya a su casa y, de paso, a invitar a alguno de sus amigos al show. Ella estaba segura de a quienes invitar.

- Me parece una locura- Le dijo Angel.
- No sé, tiene su encanto- Replicó Nidia.
- Piensen que es una gran oportunidad de hacerme ver. Puedo hacer uno o dos trabajos así, y después cambiar.
- ¿Y cómo la vas a pasar mientras hagas eso?- preguntó Angel
Sofía no respondió.
- Angel tiene algo de razón- dijo Nidia- Si te vas a arrepentir, no tiene gracia. Me gustaría que seas famosa, pero no a la fuerza.
- Además- agregó Angel- ¿Qué vas a hacer con la fecha del bar que tenés esta noche?
- ¡Es verdad!, Me había olvidado completamente. Voy a tener que cancelar.

Faltaban diez minutos para salir a escena. Boss estaba sentado en la primera fila, con varios empresarios de la música. Sofía estaba preparando la voz en el camarín. Luego, se pintaría las uñas de los pies y de las manos y, por último, bebería una botellita de agua de un solo trago. Esa era su cábala menos preferida. Luego de vestirse, salió al escenario.

- ¿Viste? Yo te dije que iba a salir- dijo Angel

Boss fue corriendo al camarín de Sofía. Hacía quince minutos que debería haber salido a escena. Cuando entró, encontró la habitación vacía.

La gente en el bar aplaudía a Sofía. Y Sofía prefería a esas cincuenta personas aplaudiéndola a ella, que las seis mil esperando a Sophie Love.
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martes, 13 de octubre de 2009

2. Corazones y flechas


Había sido el mejor día de sus vidas. Por fin, después de meses, Rita y Martín dejaron de lado el histeriqueo y hablaron cara a cara sobre lo que les pasaba. Él, con la excusa de terminar un trabajo que les habían encargado, citó a Rita en un bar. Pasaron una, dos... casi tres horas cuando por fin Martín dejó las proyecciones y los gráficos de lado y habló:
- Voy a terminar con esto, Rita- le dijo sin mirarla a los ojos- hace casi dos años que trabajamos juntos, y no aguanto más...
Rita escuchaba en silencio, clavándose las uñas en las palmas de las manos, apretadísimas, debajo de la mesa. Era un ovillo de nervios sin principio ni final.
- Estoy enamorado de vos- largó Martín casi en un susurro- y es algo que pese a que quiera, no puedo evitar.
Ella sacó las manos de abajo de la mesa y, torpemente, bebió un sorbo de agua. Se aclaró la garganta y, casi maternalmente se dirigió a Martín:
- No tenés por que evitarlo- le susurró. Ella si lo miraba. Estiró las manos y tomó fuertemente las de Martín- A mi me pasa lo mismo, y estaba esperando a que tomes el coraje para decírmelo.
Martín sonrió, se levantó de su silla y se acercó a ella. Así, parados, medio doblados sobre una mesa repleta de papeles, láminas y vasos vacíos, se dieron su primer beso.

Después del beso, obviamente se olvidaron del trabajo, que en realidad- confesó Martín- no era tan urgente. Dedicaron las horas que quedaron en hablar sobre ellos, reírse como tontos y tomarse de las manos.
Cerca de las nueve de la noche Rita y Martín se propusieron ir a cenar a un lugar más íntimo, pero el destino les jugó una mala pasada. El celular de Rita sonó, y tras la música llegó la noticia que Ernestina, una tía de Olavarría, vino a Buenos Aires, y esa noche cenaba con su familia. No, no podía faltar. No, no podía ir otro día.
- Bueno- dijo Martín con una sonrisa- al menos todavía nos queda el viaje en subte.
Se subieron en Lacroze. Ella iba hasta Medrano. Él, hasta Uruguay. Viajaron parados, besándose, contra una de las puertas. La gente los miraba, entre indiferentes y celosos de tanto amor, pasión, juventud y belleza resumidos en solo dos personas.

Pasaron las estaciones y en pocos minutos llegaron a Medrano. Ahí, no sin dificultad, se despidieron.

Apenas se bajó del subte, Rita se sobresaltó al oír la voz sucia del altavoz de la estación.
- “Señores pasajeros, se les informa que el subte línea b Los Incas- Alem se encuentra momentáneamente detenido por desperfectos técnicos. A la brevedad se rehabilitara el servicio. Disculpe las molestias”
Martín y Rita se rieron a carcajadas, aunque parecía que eran los únicos a los que esta demora les divertía.
De pronto, Rita se paralizó y perdió su vista en el espacio.
- Esto es una señal- murmuró.
- ¿Qué?- preguntó Martín
- ¡Que esto es una señal!- respondió Rita, hundida en un éxtasis de excitación y alegría que atropelló a Martín- El día que empezamos nuestra relación tenemos que separarnos por algo ajeno a nosotros, ¡Pero este subte quiere que sigamos juntos!... Es nuestro subte...
- ¿Nuestro?- preguntó Martín, visiblemente confundido.
- Claro, juega para nosotros- dijo sonriente. Pero pronto la cara comenzó a cambiarle, como si se le estuviera ocurriendo la mejor idea de la historia- Ya sé- dijo, pícara- deberíamos marcar este tren, para que todos sepan que es nuestro, y que quiere que estemos juntos.
- ¿Te das cuenta que estás planteando que un tren quiere que estemos juntos, no?
- Si- respondió sonriente.
- Ok, solo chequeaba.
Ante la mirada atónita de Martín, Rita salió del subte y con su llave comenzó a rayar la pintura roja del vagón. Dibujó un corazón desprolijo y, atravesándolo, una flecha chueca y despareja. Rita miró a Martín, que estaba junto a la puerta, sin comprender muy bien que estaba pasando.
- Ahora vienen las firmas- le dijo Rita sonriendo y, con fuerza, escribió su nombre dentro del corazón- Vení- llamó a Martín- Escribí el tuyo.
Cuando Martín se disponía a bajarse, la chicharra sonó y sin mediar aviso, la puerta se cerró en su cara. Martín la saludó desde adentro, con una cara sin expresión, y se alejó hacia el lado de la estación Carlos Gardel. Rita, descepcionada, se alejó lentamente de las vias y salió de la estación.

- Tengo que terminar el corazón- le dijo a Martín por teléfono.
- No es para tanto, linda- respondió tiernamente- no necesito esa prueba de am...
- ¡Yo sí!- interrumpió gritando Rita- Ese tren es nuestro y quiero que todos lo sepan.
- Bueno, pero pensa esto, ¡Ahora es solo tuyo!
- No quiero que sea “solo mío”- le dijo lentamente, marcando cada sílaba- Ese tren se detuvo por algo.
- “Desperfectos técnicos”.
- No seas superficial, Martín.
- Soy realista.
- Sos un pelotudo- contestó Rita, y colgó el teléfono.

Al día siguiente, Rita tomó el subte a las nueve de la mañana, como siempre. Se había despertado con la idea de ir hasta el primer vagón y ver si el destino la volvía a cruzar con la máquina que la obligó a quedarse un rato más con Martín. Se paró al final del anden y, moviendo un pie al ritmo de la música que tenía en el MP3 (que iba desde Ace of Base hasta Leonard Cohen) esperó impaciente que la mole roja asome por las tinieblas subterráneas. Minutos después, el tren apareció y, vaya decepción, el vagón estaba rayado, pero decía “Platense Capo”. Rita suspiró y subió antes que la alarma suene. Viajó tarareando, mirando al piso y, cada tanto, el celular. Martín no le había vuelto a hablar desde lo de la noche anterior. ¿Estaría enojado?, ¿Ofendido? En realidad, el tema del tren era importante, y si no podía valorarlo, tampoco la valoraría a ella... ¿O estaba exagerando? No, no podía ser. Algo había. Ella podía olerlo.

Llegó a Alem y caminó unas pocas cuadras hasta un enorme edificio de vidrio. Nunca se acordaba de la cantidad de pisos que tenía. Solo en el ascensor veía el número justo, pero apenas bajaba, se le iba de la cabeza.

En la oficina se encontró a Martín. La recibió con un té con miel y dos galletitas con chips de chocolate. El detalle le gustó tanto que automáticamente olvidó la discusión de la noche anterior.

La jornada laboral era de 9 a 18. Luego, de 18 a 24 entraba otra camada de empleados en la oficina. El trabajo era simple, pero tedioso. Gráficos, probabilidades, estadísticas y demás cosas para empresas del extranjero. Ni Martín ni Rita lo soportaban mucho, pero pagaba el alquiler.

El día pasó sin agitaciones. Trabajaron codo a codo sin que nadie sospechara absolutamente nada de ellos. Cada tanto rozaban sus manos, o se robaban un beso a escondidas, pero fueron lo suficientemente profesionales como para que la vida en la oficina y su vida se diferencien.
A las 18 llegaron sus relevos, Lautaro y Manuel, dos jóvenes de su edad. Uno estudiaba Historia, el otro era un pobre nerd que no podía hablar de nada que no tuviera capa. No eran malos, pero eran raros. En especial Lautaro, quien últimamente se pasaba las horas de almuerzo sentado en la sucia terraza del edificio.
Caminaron por Bouchard hasta Alem y ahí bajaron a la estación. Venían hablando de cualquier cosa, divirtiéndose. Pero en el andén, Rita cambió. Comenzó a transpirar y se mordía las uñas. Con el pié golpeaba el suelo y sus ojos solo de a ratos se chocaban con los de Martín, quien le hablaba de su visión de la nueva corbata del jefe sin darse cuenta de la metamorfosis que estaba sufriendo su novia.
- Vamos más adelante- le pidió Rita, intentando disimular su ansiedad.
- Si acá lo agarramos vacío, no hay problema- respondió Martín, indiferente.
- Me gusta más adelante- insistió Rita.
- Pero es lo mismo...
- Si es lo mismo, vamos más adelante...
- No será que...- Martín empezaba a entender- ¿El tema del corazón?
- Si Martín, “el tema del corazón”- se burló Rita- Se ve que a vos no te importa.
- Y...no
- Decime que me estás cargando.
- No, no me interesa. Primero, es un acto de vandalismo. Segundo, es una pendejada. ¿Lo hiciste? Listo, fue. ¿Querés hacerlo? Raya este, que lo tenés acá quieto. Aprovecha ahora así tenés Tu Subte.
- “Nuestro subte”- corrigió Rita.
- Ok, nuestro.
- Este no es el nuestro
- ¿Por que no?
- Se paró por nosotros
- ¡Tadá!- se burló Martín, señalando con los dos brazos al tren, como exponiéndolo- está parado.
- Pero no por nosotros...
- Y tampoco por “desperfectos”...
- Martín... Respetame.
- Yo te respeto, y te amo. Sabés que te amo. Pero no puedo creer que te pasaste 24 horas pensando en esto.
- ¡Porque me parece importante que dejemos algo en la historia!
- Tengamos hijos, comprémonos un perro, escribamos con aerosol el obelisco, pero deja ese puto tren en paz.
- Martín, andate en el otro tren, no te quiero ver.
- ¿Me hablás en serio?
- Si Martín, andate.
- Ok... Como más te guste.

Rita intentó no llorar, pero entre la pelea y “and no more shall we part” de Nick Cave en el MP3 se le hacía imposible. Viajó las ocho estaciones mirando hacia el suelo, o haciendo que buscaba algo en la cartera, para ocultar las lágrimas mientras en sus oidos sonaba la voz oscura de Cave: “...and no more will I say, dear heart/I am alone, and she has left me...”

Se bajó en Medrano y revisó en un segundo si ese era o no el tren marcado. En su primer vagón, la máquina no tenía una sola mancha. Ni Platense, ni amor, ni cabarets. Eso la dejó bastante tranquila y volvió a su casa escuchando Pet Shop Boys.

Pasó el fin de semana en su casa. Martín no la llamó y ella tampoco intentó ponerse en contacto. No abrió el MSN ni el Facebook. Twitter no tenía. Se alejó de todo lo que podía recordárselo. Él no la había respetado. Y ella no quería nada extraño, solo eternizar su amor tallando sus nombres dentro de un corazón flechado, como se hace desde los comienzos de los tiempos en árboles, hojas de carpeta o, como vimos, formaciones de la línea b. ¿Qué tenía de malo?

El lunes a las 8 de la mañana, Rita se despertó pensando como iba a ser el día. Tan solo imaginarse el momento de saludar a Martín la incomodaba. ¿Lo saludaría? Ella no lo despreciaba, pero él pensaba que estaba loca. Tendría que mantener una política de corrección, jugando a que nada pasó y, capaz, se reconciliaban. Pero no tenía muchas esperanzas. Él era orgulloso y no iba a dar el brazo a torcer, y ella menos.
Desayunó sola, mirando las noticias y el clima, mientras renovaba la música del MP3. Hoy, la discografía de INXS.
Caminó sola hasta la estación, con una mano en el bolsillo y la otra sujetando su cartera. Bajó las escaleras, apoyó la tarjeta en el molinete y entró al andén. El tren llegó a los pocos minutos. Pasó a toda velocidad frente a ella, pero en el primer vagón pudo reconocer su dibujo. Corrió hasta allí, intentando que no se le volaran las sandalias, y se detuvo frente a la reciente inscripción. Rita casi se desmaya cuando, debajo de su nombre y de la i griega, encontró escrito “Lucas”. ¿Quién sería Lucas? El mismo destino que le frenó el tren adelante, reflexionó Rita, le propone un candidato al poco tiempo de su ruptura sentimental. Porque para ella Martín ya no existía. Fue un recuerdo, un amor platónico, o incluso un tonto enamorado más. ¿Dónde podría encontrar a Lucas?, ¿Cómo será? Mientras viajaba, no podía dejar de imaginar el encuentro con el verdadero hombre de su vida. Con el único que quiso eternizar, junto a ella, su amor en el vagón de un subte de la línea b.
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