martes, 10 de noviembre de 2009

6. Silencios



El bar estaba en silencio. Bueno, en silencio no. No había voces que se confundieran en el aire, pero si decenas de tazas y vasos que se chocaban contra la mesa, la cafetera con su inmenso ruido, los “pssttt” de las botellas al destaparse. El ecosistema del bar, en otras palabras.

Pero las personas no se hablaban. Cada uno miraba su mesa, o leía el diario, o sencillamente le clavaba la vista a la persona que tenía sentada enfrente: Sea novia, novio, padre, madre o tutor, no importaba. Solo sabían que no debían hablarse. O no querían hablarse. O anda a saber.

Afuera la cosa no cambiaba. Todos iban caminando como si fueran únicos en el mundo. Incluso las parejas que iban tomadas de la mano parecían no darse cuenta que el amor de su vida (o su “lo que sea”) estaba a su lado. Los autos iban con las ventanas cerradas, la gente en las motos usaba casco solamente para no tener que participar en la sociedad. Incluso el piquete en 9 de julio parecía un montón de individuos formados por un tercero, como si fuera un ejercito de ajedrez prolijo y bien acomodado.

Esto venía pasando hacía varios días. La moda del silencio se había impuesto en las mayores capitales del mundo. El contacto se restringía porque, decían, condicionaba a las personas a actuar de cierta manera con relación a la otra. Entonces pensaron que sin contacto oral, sin charlas de café, sin ningún tipo de comunicación, la gente comenzaría a mostrar verdaderamente como es.

Pero las señas no estaban restringidas.

Este punto indignó a un sociólogo que, interesado en el proyecto, subió a internet un texto en el cual decía que se debía comenzar a saquear negocios, porque esa era la única manera de subsistir por el momento. La compra era una interacción, y las interacciones, parece, no nos gustan.

Semanas más adelante, otro sociólogo redobló la apuesta. El aseguraba que las relaciones sexuales, los besos, las manos tomadas e incluso el contacto visual debía ser anulado. A partir de ahí, muchos novios dejaron de tocarse por moda.

Un científico japonés, en contra de este fenómeno, aseguró que respirar era interactuar con la naturaleza, y que si se quería un ser humano puro, debería dejar de hacerlo. Nadie murió, pero muchos intentaron dejar de respirar, pero al ver que no podían, decidieron que la respiración podía ser permitida, siempre y cuando no se esté respirando muy cerca de otro, if you know what i mean.


En medio del silencio del bar, entró Jerónimo. Mirándolo todo, se sentó junto a una ventana y esperó que lo atiendan. La gente a su alrededor lo miraba como bicho raro. Era obvio que tenía que ir a buscar lo que necesitara y dejar el dinero en el cajero (lo de los saqueos tampoco sirvió a la moda, pero eso es otra historia)
Jerónimo levatanba la mano, ofendiendo a todos los demás en su afán de comunicación.
Pasaban los minutos, y la impaciencia del joven se revelo en lo que más temian todos: Un chiflido seguido del grito “¡¡¡MÓZZZ!!!”

Minutos después, todos estaban doblados de risa en el suelo. Los novios se besaban, los amigos brindaban, los familiares contaban como habían sido sus días de silencio.

El bar se transformó en el lugar más pasado de moda de la ciudad. Pero a toda hora estaba lleno de gente cansada del silencio.

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