martes, 13 de octubre de 2009

2. Corazones y flechas


Había sido el mejor día de sus vidas. Por fin, después de meses, Rita y Martín dejaron de lado el histeriqueo y hablaron cara a cara sobre lo que les pasaba. Él, con la excusa de terminar un trabajo que les habían encargado, citó a Rita en un bar. Pasaron una, dos... casi tres horas cuando por fin Martín dejó las proyecciones y los gráficos de lado y habló:
- Voy a terminar con esto, Rita- le dijo sin mirarla a los ojos- hace casi dos años que trabajamos juntos, y no aguanto más...
Rita escuchaba en silencio, clavándose las uñas en las palmas de las manos, apretadísimas, debajo de la mesa. Era un ovillo de nervios sin principio ni final.
- Estoy enamorado de vos- largó Martín casi en un susurro- y es algo que pese a que quiera, no puedo evitar.
Ella sacó las manos de abajo de la mesa y, torpemente, bebió un sorbo de agua. Se aclaró la garganta y, casi maternalmente se dirigió a Martín:
- No tenés por que evitarlo- le susurró. Ella si lo miraba. Estiró las manos y tomó fuertemente las de Martín- A mi me pasa lo mismo, y estaba esperando a que tomes el coraje para decírmelo.
Martín sonrió, se levantó de su silla y se acercó a ella. Así, parados, medio doblados sobre una mesa repleta de papeles, láminas y vasos vacíos, se dieron su primer beso.

Después del beso, obviamente se olvidaron del trabajo, que en realidad- confesó Martín- no era tan urgente. Dedicaron las horas que quedaron en hablar sobre ellos, reírse como tontos y tomarse de las manos.
Cerca de las nueve de la noche Rita y Martín se propusieron ir a cenar a un lugar más íntimo, pero el destino les jugó una mala pasada. El celular de Rita sonó, y tras la música llegó la noticia que Ernestina, una tía de Olavarría, vino a Buenos Aires, y esa noche cenaba con su familia. No, no podía faltar. No, no podía ir otro día.
- Bueno- dijo Martín con una sonrisa- al menos todavía nos queda el viaje en subte.
Se subieron en Lacroze. Ella iba hasta Medrano. Él, hasta Uruguay. Viajaron parados, besándose, contra una de las puertas. La gente los miraba, entre indiferentes y celosos de tanto amor, pasión, juventud y belleza resumidos en solo dos personas.

Pasaron las estaciones y en pocos minutos llegaron a Medrano. Ahí, no sin dificultad, se despidieron.

Apenas se bajó del subte, Rita se sobresaltó al oír la voz sucia del altavoz de la estación.
- “Señores pasajeros, se les informa que el subte línea b Los Incas- Alem se encuentra momentáneamente detenido por desperfectos técnicos. A la brevedad se rehabilitara el servicio. Disculpe las molestias”
Martín y Rita se rieron a carcajadas, aunque parecía que eran los únicos a los que esta demora les divertía.
De pronto, Rita se paralizó y perdió su vista en el espacio.
- Esto es una señal- murmuró.
- ¿Qué?- preguntó Martín
- ¡Que esto es una señal!- respondió Rita, hundida en un éxtasis de excitación y alegría que atropelló a Martín- El día que empezamos nuestra relación tenemos que separarnos por algo ajeno a nosotros, ¡Pero este subte quiere que sigamos juntos!... Es nuestro subte...
- ¿Nuestro?- preguntó Martín, visiblemente confundido.
- Claro, juega para nosotros- dijo sonriente. Pero pronto la cara comenzó a cambiarle, como si se le estuviera ocurriendo la mejor idea de la historia- Ya sé- dijo, pícara- deberíamos marcar este tren, para que todos sepan que es nuestro, y que quiere que estemos juntos.
- ¿Te das cuenta que estás planteando que un tren quiere que estemos juntos, no?
- Si- respondió sonriente.
- Ok, solo chequeaba.
Ante la mirada atónita de Martín, Rita salió del subte y con su llave comenzó a rayar la pintura roja del vagón. Dibujó un corazón desprolijo y, atravesándolo, una flecha chueca y despareja. Rita miró a Martín, que estaba junto a la puerta, sin comprender muy bien que estaba pasando.
- Ahora vienen las firmas- le dijo Rita sonriendo y, con fuerza, escribió su nombre dentro del corazón- Vení- llamó a Martín- Escribí el tuyo.
Cuando Martín se disponía a bajarse, la chicharra sonó y sin mediar aviso, la puerta se cerró en su cara. Martín la saludó desde adentro, con una cara sin expresión, y se alejó hacia el lado de la estación Carlos Gardel. Rita, descepcionada, se alejó lentamente de las vias y salió de la estación.

- Tengo que terminar el corazón- le dijo a Martín por teléfono.
- No es para tanto, linda- respondió tiernamente- no necesito esa prueba de am...
- ¡Yo sí!- interrumpió gritando Rita- Ese tren es nuestro y quiero que todos lo sepan.
- Bueno, pero pensa esto, ¡Ahora es solo tuyo!
- No quiero que sea “solo mío”- le dijo lentamente, marcando cada sílaba- Ese tren se detuvo por algo.
- “Desperfectos técnicos”.
- No seas superficial, Martín.
- Soy realista.
- Sos un pelotudo- contestó Rita, y colgó el teléfono.

Al día siguiente, Rita tomó el subte a las nueve de la mañana, como siempre. Se había despertado con la idea de ir hasta el primer vagón y ver si el destino la volvía a cruzar con la máquina que la obligó a quedarse un rato más con Martín. Se paró al final del anden y, moviendo un pie al ritmo de la música que tenía en el MP3 (que iba desde Ace of Base hasta Leonard Cohen) esperó impaciente que la mole roja asome por las tinieblas subterráneas. Minutos después, el tren apareció y, vaya decepción, el vagón estaba rayado, pero decía “Platense Capo”. Rita suspiró y subió antes que la alarma suene. Viajó tarareando, mirando al piso y, cada tanto, el celular. Martín no le había vuelto a hablar desde lo de la noche anterior. ¿Estaría enojado?, ¿Ofendido? En realidad, el tema del tren era importante, y si no podía valorarlo, tampoco la valoraría a ella... ¿O estaba exagerando? No, no podía ser. Algo había. Ella podía olerlo.

Llegó a Alem y caminó unas pocas cuadras hasta un enorme edificio de vidrio. Nunca se acordaba de la cantidad de pisos que tenía. Solo en el ascensor veía el número justo, pero apenas bajaba, se le iba de la cabeza.

En la oficina se encontró a Martín. La recibió con un té con miel y dos galletitas con chips de chocolate. El detalle le gustó tanto que automáticamente olvidó la discusión de la noche anterior.

La jornada laboral era de 9 a 18. Luego, de 18 a 24 entraba otra camada de empleados en la oficina. El trabajo era simple, pero tedioso. Gráficos, probabilidades, estadísticas y demás cosas para empresas del extranjero. Ni Martín ni Rita lo soportaban mucho, pero pagaba el alquiler.

El día pasó sin agitaciones. Trabajaron codo a codo sin que nadie sospechara absolutamente nada de ellos. Cada tanto rozaban sus manos, o se robaban un beso a escondidas, pero fueron lo suficientemente profesionales como para que la vida en la oficina y su vida se diferencien.
A las 18 llegaron sus relevos, Lautaro y Manuel, dos jóvenes de su edad. Uno estudiaba Historia, el otro era un pobre nerd que no podía hablar de nada que no tuviera capa. No eran malos, pero eran raros. En especial Lautaro, quien últimamente se pasaba las horas de almuerzo sentado en la sucia terraza del edificio.
Caminaron por Bouchard hasta Alem y ahí bajaron a la estación. Venían hablando de cualquier cosa, divirtiéndose. Pero en el andén, Rita cambió. Comenzó a transpirar y se mordía las uñas. Con el pié golpeaba el suelo y sus ojos solo de a ratos se chocaban con los de Martín, quien le hablaba de su visión de la nueva corbata del jefe sin darse cuenta de la metamorfosis que estaba sufriendo su novia.
- Vamos más adelante- le pidió Rita, intentando disimular su ansiedad.
- Si acá lo agarramos vacío, no hay problema- respondió Martín, indiferente.
- Me gusta más adelante- insistió Rita.
- Pero es lo mismo...
- Si es lo mismo, vamos más adelante...
- No será que...- Martín empezaba a entender- ¿El tema del corazón?
- Si Martín, “el tema del corazón”- se burló Rita- Se ve que a vos no te importa.
- Y...no
- Decime que me estás cargando.
- No, no me interesa. Primero, es un acto de vandalismo. Segundo, es una pendejada. ¿Lo hiciste? Listo, fue. ¿Querés hacerlo? Raya este, que lo tenés acá quieto. Aprovecha ahora así tenés Tu Subte.
- “Nuestro subte”- corrigió Rita.
- Ok, nuestro.
- Este no es el nuestro
- ¿Por que no?
- Se paró por nosotros
- ¡Tadá!- se burló Martín, señalando con los dos brazos al tren, como exponiéndolo- está parado.
- Pero no por nosotros...
- Y tampoco por “desperfectos”...
- Martín... Respetame.
- Yo te respeto, y te amo. Sabés que te amo. Pero no puedo creer que te pasaste 24 horas pensando en esto.
- ¡Porque me parece importante que dejemos algo en la historia!
- Tengamos hijos, comprémonos un perro, escribamos con aerosol el obelisco, pero deja ese puto tren en paz.
- Martín, andate en el otro tren, no te quiero ver.
- ¿Me hablás en serio?
- Si Martín, andate.
- Ok... Como más te guste.

Rita intentó no llorar, pero entre la pelea y “and no more shall we part” de Nick Cave en el MP3 se le hacía imposible. Viajó las ocho estaciones mirando hacia el suelo, o haciendo que buscaba algo en la cartera, para ocultar las lágrimas mientras en sus oidos sonaba la voz oscura de Cave: “...and no more will I say, dear heart/I am alone, and she has left me...”

Se bajó en Medrano y revisó en un segundo si ese era o no el tren marcado. En su primer vagón, la máquina no tenía una sola mancha. Ni Platense, ni amor, ni cabarets. Eso la dejó bastante tranquila y volvió a su casa escuchando Pet Shop Boys.

Pasó el fin de semana en su casa. Martín no la llamó y ella tampoco intentó ponerse en contacto. No abrió el MSN ni el Facebook. Twitter no tenía. Se alejó de todo lo que podía recordárselo. Él no la había respetado. Y ella no quería nada extraño, solo eternizar su amor tallando sus nombres dentro de un corazón flechado, como se hace desde los comienzos de los tiempos en árboles, hojas de carpeta o, como vimos, formaciones de la línea b. ¿Qué tenía de malo?

El lunes a las 8 de la mañana, Rita se despertó pensando como iba a ser el día. Tan solo imaginarse el momento de saludar a Martín la incomodaba. ¿Lo saludaría? Ella no lo despreciaba, pero él pensaba que estaba loca. Tendría que mantener una política de corrección, jugando a que nada pasó y, capaz, se reconciliaban. Pero no tenía muchas esperanzas. Él era orgulloso y no iba a dar el brazo a torcer, y ella menos.
Desayunó sola, mirando las noticias y el clima, mientras renovaba la música del MP3. Hoy, la discografía de INXS.
Caminó sola hasta la estación, con una mano en el bolsillo y la otra sujetando su cartera. Bajó las escaleras, apoyó la tarjeta en el molinete y entró al andén. El tren llegó a los pocos minutos. Pasó a toda velocidad frente a ella, pero en el primer vagón pudo reconocer su dibujo. Corrió hasta allí, intentando que no se le volaran las sandalias, y se detuvo frente a la reciente inscripción. Rita casi se desmaya cuando, debajo de su nombre y de la i griega, encontró escrito “Lucas”. ¿Quién sería Lucas? El mismo destino que le frenó el tren adelante, reflexionó Rita, le propone un candidato al poco tiempo de su ruptura sentimental. Porque para ella Martín ya no existía. Fue un recuerdo, un amor platónico, o incluso un tonto enamorado más. ¿Dónde podría encontrar a Lucas?, ¿Cómo será? Mientras viajaba, no podía dejar de imaginar el encuentro con el verdadero hombre de su vida. Con el único que quiso eternizar, junto a ella, su amor en el vagón de un subte de la línea b.

2 comentarios:

  1. Buenisima la foto y el cuento.. (ese chico Manuel me hace acordar a alguien.. pero no se a quien..)
    Los queremos mucho L)

    ..::Belu y Andres::.. (si estaba con mami leyendo el blog de los tios :))

    (ah, tuve que escuchar la cancion de cave, tenia que saber -pobre mina un bajon!-)

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  2. muy buena la foto... y la historia tambien.. me gusto mucho..

    Rocio

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